The Writings of Israel Shamir
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Banqueros y atracadores
por Israel Shamir
I.
El sábado 13 de octubre de 2001 el periódico The Times publicó la siguiente
noticia: "El dinero del Holocausto judío era un mito". Con ello se bajó
definitivamente el telón de uno de los dramas más absurdos y odiosos de robo
y pillaje. Todo empezó en 1995, cuando dos importantes caballeros, Edgar
Bronfman, presidente del Congreso Judío Mundial, y Abraham Burg, en aquel
entonces una estrella ascendente de la política israelí, hicieron una visita
a los bancos suizos con una misión humanitaria. "Tienen ustedes miles de
millones de dólares depositados por los judíos antes de la Segunda Guerra
Mundial", dijeron. "Queremos que se nos devuelva ese dinero de inmediato,
ahora que los supervivientes del Holocausto judío todavía están vivos.
Dejemos que disfruten de una relativa tranquilidad durante los últimos años
de sus vidas". Bronfman y Burg eran ese tipo de hombres a quienes cualquier
banco o compañía de seguros escucha con atención.
Edgar Bronfman heredó sus millones de su padre, Sam, un capo mafioso que
amasó su fortuna mediante el tráfico ilegal de alcohol en Estados Unidos:
durante la Ley Seca lo destilaba en Canadá y lo pasaba de contrabando con la
ayuda de su banda de gangsters a través del lago Ontario. Pero Sam Bronfman
ganó incluso más dinero como prestamista. Poco antes de su muerte, un
reportero le preguntó que cuál era el invento más grande de la historia.
Fiel a sí mismo, contestó que los intereses de los préstamos.
El capital obtenido con el crimen y esquilmado a los deudores puede servir
en el mundo de la política. También en la política judía, puesto que no es
preciso que a uno lo elijan para convertirse en una figura importante. Sólo
hace falta alquilar dos habitaciones en un edificio de oficinas, colocar en
la puerta un letrero de la Asociación Judía Mundial o de la Organización
para la Liberación Judía y, sin más, ya forma uno parte del negocio. Esos
títulos no están registrados. El Congreso Judío Mundial de Bronfman era
exactamente eso: una minúscula compañía con un nombre ostentoso. Antes de la
llegada de Bronfman contó con algunos presidentes paternales y afables,
tales como su predecesor, Nahum Goldmann, pero la organización no iba a
ninguna parte ni cortaba realmente el bacalao. En cambio, con el inmenso
capital de Bronfman se convirtió en una estructura de poder.
Avrum (Abraham) Burg, portavoz de la Knesset (parlamento) israelí y
candidato a la secretaría general del Partido Laborista de Israel, es hijo
del doctor Burg, un importante político -líder del Partido Religioso
Nacional- que fue ministro durante cuarenta años, hasta el día de su muerte,
de todos los gobiernos de Israel. Su retoño Avrum ya había dado una nota en
falso en el programa ABC Nightline del 2 de agosto de 2001, cuando describió
a los palestinos como "gente con la que a uno no le gustaría casar a su hija".
Avrum Burg necesitaba un promotor para avanzar en la política, mientras que
Edgar Bronfman necesitaba un socio digno de fiar para llevar a cabo su plan.
Ningún banco o compañía de seguros podía negarse a unos caballeros tan
importantes. Tras una breve resistencia, los enanos suizos cedieron y los
dirigentes titulares del pueblo judío se largaron con un montón de dinero en
los bolsillos. "Estos judíos quieren robar nuestros bancos y nuestras
compañías de seguros en nombre de su holocausto", probablemente pensaron los
banqueros, echando humo de indignación. Pero estaban equivocados.
Esta historia, que empezó como un cuento de hadas, siguió luego al pie de la
letra el guión de cualquier película de atracos. Pasaron seis años y
prácticamente ningún dinero salió de las magnánimas bolsas de las comisiones
internacionales creadas por Bronfman y Burg. Los supervivientes del
Holocausto no recibieron casi nada y el capital pasó a ser propiedad de
quienes exigían justicia para las víctimas.
En fechas recientes, el respetado periódico LA Times [i] afirmó: "Al parecer
una comisión internacional, creada para resolver las disputas relativas a
los seguros de los tiempos del Holocausto, se ha gastado más de treinta
millones de dólares en salarios, facturas de hotel y anuncios de periódicos,
pero sólo ha distribuido tres millones a los demandantes". Los miembros de
la comisión convirtieron ésta en una agencia de viajes de lujo y en un
centro de recreo, continuaba el LA Times: "Los documentos muestran que desde
1998 la comisión ha organizado al menos dieciocho reuniones de hasta 100
participantes en hoteles de Londres, Jerusalén, Roma, Washington y Nueva
York". En cuanto al finiquito en compensación por el trabajo de esclavos
durante la época nazi, The Independent [ii] informó que "mientras que las
víctimas del Holocausto recibirán (quizá) entre 2,500 y 7,500 dólares US,
cada uno de los abogados "judíos" que negociaron el arreglo cobrarán más de
un millón".
Asimismo, The Times afirmó que los bancos suizos, tras verificar las cuentas
bancarias inactivas, se encontraron con que ni siquiera pertenecían a las
víctimas judías del Holocausto, sino principalmente a "gente rica no judía
que se olvidó de su dinero". Los suizos no entregaron mil quinientos
millones de dólares US a Bronfman y Burg porque estuviesen convencidos de
sus reclamaciones, sino porque no tuvieron otro remedio, ya que Bronfman (junto
con Mark Rich) era entonces un importante mecenas del presidente Bill
Clinton, y Clinton seguramente los obligó a hacerlo, so pena tal vez de
bombardear Suiza.
Algunos aspectos de esta historia empezaron a aflorar a la superficie en
Holocaust Industry [La industria del Holocausto], un libro bestseller de
Norman Finkelstein, profesor de la Universidad Columbia de Nueva York.
Finkelstein se oponía en él a los métodos extorsionistas de las
organizaciones judías. Éstas lo acusaron de mentiroso y de antisemita. Ahora,
un año después de la publicación del libro, están apareciendo nuevos
detalles, jugosos e inesperados, sobre esta sórdida maniobra. Si llegaran a
confirmarse, estaríamos ante el atraco más importante perpetrado durante
todo el siglo XX.
Al parecer el profesor Finkelstein se equivocó en varias cosas: para
decepción de quienes odian a los judíos, las víctimas del atraco fueron no
solamente los bancos y las compañías de seguros, sino también gente
ordinaria de origen judío. Para regocijo de quienes aman a los judíos, los
atracadores eran los autodenominados líderes judíos que decían representar
al pueblo judío.
II.
El hombre que hizo este descubrimiento es muy diferente del profesor
neoyorquino Finkelstein. Martin Stern es un rico hombre de negocios
británico, muy implicado en bienes raíces, así como en causas judías y
sionistas. Trabaja en Londres y pasa los fines de semana en su amplio
apartamento del barrio ortodoxo de Jerusalén. No se pierde una sola oración
en su sinagoga, hace obras de caridad y ama a Israel. Fue su encuentro
casual con un banquero suizo en Villar, un prestigioso enclave de los Alpes
suizos, lo que puso en marcha la maquinaria de las reclamaciones del
Holocausto. El banquero le contó a Stern una pequeña historia muy
interesante. Su banco, Union Suisse (USB), informatizó sus archivos en 1987
y descubrió muchas cuentas inactivas desde 1939. Los gestores del banco
llegaron a la conclusión de que unos cuarenta y cinco millones de francos
suizos (treinta millones de dólares US) de depósitos probablemente
pertenecían a los judíos que fallecieron durante la guerra o
después de ésta.
"Como no queríamos quedarnos con dinero ajeno", dijo el honrado banquero
suizo, "nos pusimos en contacto con el Congreso Judío Mundial y les pedimos
que nos ayudasen a encontrar a los herederos de aquellos fondos, pero el
Congreso nos respondió que eso no era asunto suyo". Los suizos,
desdeñosamente, transfirieron el dinero a la Cruz Roja.
Martin Stern se sintió conmovido por la historia y la contó en la radio
israelí. Dos semanas después de la emisión, "como por casualidad", Bronfman
y Burg llamaban a la puerta de la Corporación de Bancos Suizos exigiendo el
dinero. Tal como se ha dicho más arriba, lo obtuvieron, pero se lo quedaron
para sus propios fines. Martin Stern se sintió implicado y siguió el
desarrollo de la historia.
Se sentía cada vez más intranquilo por la manera en que el dinero del
Holocausto estaba siendo administrado. Aparte de sus propios salarios, el
comité de reclamaciones desembolsó cuarenta y tres millones de dólares US en
bolsas de comida para los judíos rusos. Ni Bronfman ni Burg habían
mencionado este asunto cuando fueron a los bancos suizos a exigir que se
acelerasen los pagos a los supervivientes, a los propietarios del dinero. ¿Habían
cambiado de planes?
Por circunstancias familiares, Stern se puso en contacto con la compañía de
seguros Generali. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la Generali era una
compañía muy importante, propiedad de judíos italianos. "En aquel tiempo
muchas compañías de seguros estaban en manos judías y funcionaban como
pequeños bancos privados", explica Stern. La Generali tenía muchos bienes en
Palestina, así como en los Balcanes y en Italia. A pesar de la guerra, del
fascismo italiano y del Holocausto, la Generali retuvo su conexión judía.
Sus directivos no quisieron seguir el ejemplo de los suizos y de los
alemanes y negaron cualquier conocimiento de las pólizas anteriores a la
guerra. Stern investigó por su cuenta y riesgo y logró encontrar el lugar
secreto donde los directivos de la Generali guardaban las pólizas anteriores
a la guerra, enterándose entonces de que la compañía era deudora de enormes
sumas de dinero a los herederos de sus asegurados. Su descubrimiento forzó a
la Generali a enmendar la plana, por lo que aceptó pagar, compensando
personalmente a los beneficiarios.
III.
Ahora bien, si los fallecidos no hubieran sido judíos, sus herederos
hubiesen cobrado el valor de las pólizas en la compañía de seguros o en un
banco. Pero, tal como el lector ya habrá sospechado, nosotros los judíos
somos diferentes. Lo somos porque padecemos un mal endémico que se llama
ingenuidad, y por eso aceptamos tener un intermediario -los líderes judíos-
a la hora de negociar con el resto del mundo, mayoritariamente gentil.
A partir de 1950, los líderes judíos hicieron una fortuna como
intermediarios, ya que las compensaciones no fueron a parar a los herederos
y a los supervivientes, sino a las pegajosas manos de los líderes. Los
judíos israelíes estaban obligados a recibir las compensaciones y las
pensiones a través del gobierno de Israel, mientras que los judíos europeos
recibían el dinero directamente de los gentiles. Aunque parezca mentira, los
supervivientes que recibían los pagos de manos judías siempre obtenían menos,
a veces mucho menos. El Estado judío, los bancos judíos y las organizaciones
judías ganaban un porcentaje en cada transacción y no se privaban en
absoluto. Cuando Israel sufría de una elevada inflación, las pensiones de
los supervivientes estaban siempre indexadas a la baja. Los bancos no
transferían los fondos a tiempo.
Cuando empezó la afluencia de judíos rusos a Israel, los líderes judíos
llegaron a un acuerdo con Alemania para que costease a los supervivientes.
La parte del león de los fondos desbloqueados por los alemanes permaneció en
manos de las organizaciones judías, los intermediarios y otros negociantes.
Todo aquel que se fió de nuestros propios hermanos terminó bien jodido, ya
que el pasatiempo favorito de los bandidos judíos, de los banqueros judíos y
de los líderes judíos consiste en robar a otros judíos. Una persona cínica
diría: la idea de Pueblo Judío es de por sí el mejor invento de tales
canallas. En tiempos de nuestros abuelos no funcionaba así, ya que cualquier
judío estaba al corriente de que un facineroso judío era capaz de robar a
otro judío con mayor celeridad -a la velocidad del rayo- que a un gentil.
Pero ahora nos hemos olvidado de esa importantísima noción.
IV.
Una vez que Martin Stern encontró las pólizas, la compañía de seguros
Generali aceptó cooperar y pagar. Pero los políticos israelíes y judíos
deseaban permanecer en el terreno de juego. Negociaron un finiquito fijo con
la Generali en nombre de los beneficiarios judíos de las pólizas. Se trataba
de una idea absurda, pues lo judíos, ya sean un grupo religioso o étnico,
aseguran sus vidas como personas privadas. Más aún, nunca dieron poderes a
los políticos israelíes para representarlos. Pero éstos negociaron el
finiquito, recibieron cien millones de dólares, les pusieron el nombre de
Fondo Generali y empezaron a gestionarlo como si fuese suyo. Se olvidaron de
los intereses de los beneficiarios judíos de las pólizas, pues probablemente
nunca llegaron a considerarlos más que como argumento retórico para lograr
En junio de 2001, de 1250 solicitudes de información recibidas sobre las
pólizas, el Fondo Generali había respondido sólo a 72. Los beneficiarios
eran mareados a derecha o a izquierda, a menudo los rechazaban sin razón
alguna o incluso no recibían respuesta. Desesperados, llamaron a la puerta
de los italianos, que les pagaron de inmediato. Esto es una prueba adicional
de que nosotros, los judíos, necesitamos intermediarios judíos tanto como un
pez necesita un traje de baño. Al mismo tiempo, los administradores del
Fondo efectuaron 270 "pagos humanitarios ex gratia": enviaron bolsas de
comida a los judíos rusos para atraerlos a Israel. Estoy seguro de que la
compañía Generali se sentiría muy feliz de alimentar a los judíos rusos y de
incrementar su celo sionista, pero ¿por qué los políticos israelíes no lo
hicieron mientras negociaban el arreglo?
Martin Stern descubrió que los administradores del Fondo hacían frecuentes
viajes a Italia a expensas del Fondo y, cuando eso les parecía poco, no
dudaban en exigir pagos sustanciales a la compañía Generali.
El problema cruzó el océano y los reclamantes estadounidenses descubrieron
que sus reclamaciones habían sido "resueltas" por los políticos. Las
organizaciones judías de estadounidenses apoyaron a sus coleguis israelíes.
Un peón importante en dicho sistema fue Lawrence Eagleburger, un antiguo
Secretario de Estado de Estados Unidos. Este gran hombre preside la comisión
de líderes judíos que se ocupa de las reclamaciones de seguros relacionadas
con el Holocausto y cobra un salario anual de 350,000 dólares US. Según
Stern, el dinero del finiquito apenas llegaría para pagar a los
beneficiarios de las pólizas y por eso se siente horrorizado ante la
facilidad con que Bronfman y Burg se gastan los fondos en otras cosas.
V.
Las organizaciones judías fueron intransigentes con los bancos suizos y
alemanes, pero mucho más tímidas a la hora de tratar con un banco judío. El
Banco Leumi de Israel atesora probablemente más fondos de los judíos
fallecidos que cualquier banco suizo o alemán. Parece cosa de risa, pero los
banqueros israelíes no tienen prisa alguna por devolver el dinero. De hecho,
éste se les pega a los dedos como engrudo. Antes de la Segunda Guerra
Mundial, muchos judíos europeos depositaron sus ahorros en el Banco Anglo-Palestino,
que era el nombre del Banco Leumi antes de 1948. Algunos hicieron depósitos
y otros alquilaron cofres de seguridad. Pero los clientes no eran sólo
judíos y el banco es depositario de inmensas fortunas de los cristianos y de
los musulmanes palestinos.
Muchos palestinos perdieron sus depósitos durante el gran zafarrancho de
1948. Los bancos israelíes utilizaron todos los medios posibles para
bloquear el dinero y hacerlo desaparecer conforme aumentaba la inflación.
Pero a los judíos no les fue mejor. Parece ser que el peor sitio en que un
judío puede depositar su dinero con seguridad es el Banco Leumi, es decir el
Banco Nacional de Israel. Los supervivientes del Holocausto y los herederos
de las víctimas se encontraron con la negativa tajante del Banco Leumi para
inspeccionar su documentación.
El Banco Leumi, en trámites de privatización, era una propiedad compartida
por la Generali. La compañía de seguros Migdal, la Generali y el Banco Leumi
constituyen un entramado de sociedades y de hombres de negocios de dudoso
historial. Algunos de esos individuos pertenecen al mismo tiempo al consejo
de administración de las compañías, comparten beneficios y saltan con
facilidad de fondo en fondo.
Martín Stern descubrió que, en los años cincuenta, el personal del Banco
Leumi, sin control ni supervisión externa y sin dejar constancia por escrito,
abrió todos los cofres de seguridad inactivos. Sus contenidos fueron
introducidos en sobres marrones y depositados al abrigo del control público.
Como detalle de interés, Stern tuvo noticias de un baúl que permaneció
durante años en las oficinas del Banco Leumi, para desesperación de las
secretarias, que se enganchaban las medias en sus esquinas. Cuando el baúl
fue abierto, en su interior se encontró un verdadero tesoro, aparentemente
depositado por una iglesia copta. A día de hoy, el baúl no ha sido devuelto
a dicha iglesia.
Martín Stern no podía creer que fuera posible un incumplimiento tan
flagrante de las leyes bancarias. Durante su lucha en favor de los intereses
de los supervivientes del Holocausto y de sus herederos, exigió que los
representantes del Banco Leumi publicasen los nombres de los propietarios de
los cofres de seguridad cuyos depósitos habían sido retirados por el banco.
Al principio, la directora general de éste, Galia Maor, negó que el banco
hubiese abierto los cofres. Confrontada con las pruebas de lo contrario,
replicó severamente que "sólo encontramos cartas de amor". Me pregunto si
una respuesta como ésta, de haberla dado los suizos, hubiera sido aceptable
para las organizaciones judías.
El destino de los depósitos en dinero no ha sido diferente del de los cofres
de seguridad, puesto que el Banco Leumi ha salido ganando de cualquier
manera. Una tal señora Klausne, antes de la Segunda Guerra Mundial, depositó
en el Banco Leumi 170 libras esterlinas, el equivalente de 25,000 dólares US
de acuerdo con el valor actual. Cuando fue a reclamar su depósito, el Banco
Leumi le ofreció 4 dólares. Con vistas a evitar futuros problemas, el
personal del banco empezó a destruir toda la vieja documentación.
Los trucos utilizados por el Banco Leumi llamaron la atención de la prensa
israelí y de la Knesset, que nombró una comisión parlamentaria para
investigar el asunto. Se necesitaron seis meses de intensas negociaciones
para formar la comisión, pero sus estatutos adolecían de un fallo manifiesto.
Los supervivientes exigían encontrar a las personas responsables de haber
escondido sus fondos durante medio siglo. Esta exigencia no fue incluida.
Peor aún, la comisión cuenta entre sus miembros con personas responsables de
dicho estado de cosas. Zvi Barak que fue miembro gestor del Banco Leumi y
que también lo es del Fondo Generali, fue enviado a investigar a los bancos
suizos y ahora se supone que debe encontrar a los culpables en su propio
banco.
Michael Kleiner, un parlamentario de derechas por el Partido Herut, escribió
lo siguiente a la comisión parlamentaria: "El banco destruye documentos en
dos secciones diferentes y ahora existen grandes sospechas relacionadas con
los depósitos del Holocausto y especialmente con los sobres marrones de las
cajas de seguridad"•
En fechas recientes, el Banco Leumi alcanzó notoriedad por el lavado de
dinero que ha llevado a cabo en gran escala cuando las fortunas robadas por
Vladimiro Montesinos y su jefe Alberto Fujimori -el ex presidente de Perú-
fueron detectadas en sus oficinas de Suiza. La palabra "lavado" no tiene
sentido si se aplica a dicho banco, ya que cualquier pañuelo que pasara por
él saldría más sucio de lo que estaba.
VI.
l triunfo más importante de los líderes judíos tuvo lugar en Alemania en
1991, cuando la Alemania del Este fue unificada con la República Federal de
Alemania. Después de 1945, la Alemania socialista no devolvió los bienes a
los propietarios alemanes de antes de la guerra, ya fuesen gentiles o judíos.
Su lógica era impecable: los alemanes del Este no aceptaban la noción de
Pueblo Judío y consideraban por igual a todos los ciudadanos alemanes,
judíos o no. Pensaban que la idea nazi de la separación de los judíos se
había acabado en 1945. Estaban equivocados. La Alemania Federal aceptó el
concepto feudal del judaísmo en 1950, cuando pagó compensación por las
propiedades judías, pero no a los supervivientes o a sus herederos, sino al
Estado de Israel y a los líderes judíos en cualquier sitio que estuviesen.
En 1991, tras la reunificación, lo hizo de nuevo.
Por ejemplo, dos alemanes, Moses y Peter, murieron en la guerra y dejaron
algunas propiedades en Alemania del Este. Las propiedades de Peter, el
gentil, permanecieron bajo la custodia del gobierno alemán hasta que su
heredero fue encontrado. Si no hubiera tenido herederos, la propiedad
hubiese permanecido en manos del gobierno alemán. Pero la propiedad de
Moses, el judío, hubiera pasado a las manos de los señores Bronfman y Burg,
en su calidad de líderes y representantes del Pueblo Judío y de miembros de
la Conferencia para las Reclamaciones. El Estado alemán transfirió las
propiedades que pertenecían a sus ciudadanos judíos en el territorio de la
Alemania del Este a las manos de la Conferencia.
Dicha Conferencia era un organismo ficticio de 44 hombres que no
representaban a nadie. Algunos de ellos, por ejemplo, fueron enviados por
una sociedad pomposamente denominada Asociación Anglo-Judía, que cuenta con
unos 50 miembros. Sólo dos personas "representaban" a millones de judíos
israelíes. Esta Conferencia debía supuestamente encontrar a los herederos de
Moses y a otros alemanes de origen judío.
Sin embargo, los líderes judíos tuvieron una idea mejor. Sabían que muchos
propietarios nunca iban a reclamar sus casas y, por lo tanto, la propiedad
de éstas pasaría a sus manos. Pero eso no era suficiente para tales
sinvergüenzas. Establecieron una fecha límite, tras la cual sería imposible
considerar cualquier reclamación de los herederos. Fue un golpe de genio
típicamente judío: unos treinta mil millones de dólares en propiedades
pasaron a sus manos de manera totalmente "legal". A partir de ese momento,
se tomaron con tranquilidad las reclamaciones de los legítimos herederos,
mientras que sumas inmensas, procedentes de los alquileres, se iban
acumulando en sus cuentas bancarias.
Las organizaciones estadounidenses de supervivientes judíos han iniciado su
lucha contra los líderes judíos. Exigen que la Conferencia haga pública una
lista completa de sus bienes, que encuentre a los legítimos herederos y les
devuelva sus propiedades. Están pensando en llevar a los tribunales a
Alemania, a Italia y a otros países y organizaciones que por razones
misteriosas aceptaron la idea medieval de la "propiedad judía". Afirman que
la propiedad sólo puede ser de judíos individuales y niegan la validez de
esa extraña "propiedad judía". Tal como prueba esta historia, tales ideas
son buenas para que los autoproclamados líderes judíos mantengan el nivel de
vida a que están acostumbrados, pero no para las personas ordinarias de
origen judío, que deberían de olvidarse, de una vez por todas, de esa
costosísima ilusión denominada solidaridad judía.
(Traducción al castellano de
Manuel Talens)
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