USA al rojo vivo
Por Israel Adán Shamir
Cuenta
un
chiste judío el caso de un hombre al que se le
promete que sus deseos se cumplirán, sea lo que sea
que pida, con la condición de que acepte que su
vecino recibirá el doble de lo mismo. Después de
pensarlo muy bien, el hombre formula su deseo: ¡que
le saquen un ojo! He aquí una actitud muy yanki. Un
yanki es capaz de negarse a beneficiarse de la
atención médica gratuita, si es que los demás
también podrán valerse de la misma. Esto es lo que
nos muestran las concentraciones contra la reforma
de la salud que propone Obama. Las consignas y las
ideas de los manifestantes fueron altamente
clarificadoras.

Una niñita pregunta cómo va a poder
pagar la cuota para los servicios médicos
reformados. Esta niña (o mejor dicho sus padres) no
salió a preguntar cómo iba a pagar la cuenta de las
guerras de Irak y Afganistán, cómo iba a pagar por
todo el daño que causa el involucramiento de USA
favor exclusivo de Israel en la martirizada
Palestina (el original ingles habla de envolvement o
sea implicación, involucramiento), cómo podrá
rembolsar los billones de dólares que se
embolsillaron los banqueros. Hasta ayer, el Gran
Gobierno servia. Daba millones y millones para AIG,
no problem. Millones y millones para nuevos misiles,
perfecto. Millones y millones a Blackwater para que
sus mercenarios acaben con más afganos y palestinos,
adelante. Millones y millones para Israel, ¿por qué
no? Pero ¿financiar la salud?, ¡eso sí que sería feo
y comunista!
El problema que tienen los yankis
con el seguro médico es algo que nosotros los
extranjeros no podemos entender. Todos nosotros,
bien sea ello en Inglaterra, en Rusia, en Israel o
en Francia, tenemos un servicio médico estatal; lo
único que lamentamos es que ya no sea tan bueno como
era antes. Pero ¿cómo es posible que gente normal
prefieran hacer de su propia salud una mercancía
dependiente de sus cuentas bancarias en provecho de
compañías de seguro privadas? Esta actitud tan
extraña tiene sus raíces en la más remota lacra.
Hay que mirar a los Estados Unidos
como un “proyecto” experimental, para ver lo que
puede ocurrir cuando un espacio mayormente vacío se
halla colonizado por gente de procedencia diversa,
con rasgos étnicos y afiliaciones de todo tipo, pero
todos movidos por el deseo de hacerse ricos y sin
la menor inhibición moral más allá de los límites
que les pueda poner una Smith and Wesson. Para
empezar, destruirán a nativos y a vecinos, y
después, con bastante probabilidad, se dedicarán al
canibalismo. Si los yankis no se han echado todavía
el colmillo unos a otros, es sólo porque hasta ahora
fueron encontrando otra gente comible.
Los Estados Unidos se forjaron a
base de amor al provecho individual y odio al
comunismo. Su anticomunismo es visceral, brutal,
básico e inherente. Se vislumbraron a sí mismos como
el sheriff supremo, el bastión del individualismo
más terco, el “el hombre como lobo para el hombre”,
el rechazo a las nociones de solidaridad y ayuda
mutua. Este era el plan de los que diseñaron el
proyecto.
Siendo la naturaleza humana como es,
este proyecto satánico fue parcialmente derrotado
por la bondad inherente en hombres y mujeres. Hay
muchos americanos maravillosos, rebeldes contra el
materialismo craso y la codicia desenfrenada, pero
están aislados en su medio; los mejores viven y
pelean en la soledad. Así Henry Thoreau en su Walde,
Ismael a bordo del Pequod en la novela Moby Dick,
así el Viejo en el Mar de Hemingway. La solidaridad,
la fraternidad, brillan por su ausencia en la
literatura americana.
Cualquier estado europeo, desde
Inglaterra hasta Rusia, tiene su Salud pública,
porque cada nación se considera como un cuerpo vivo,
y a cada miembro de la nación se le considera como
una parte del cuerpo común. Todas estas naciones son
o fueron cristianas y partidarias de la solidaridad
porque a los ciudadanos los unía una misma iglesia.
Pero USA es otra cosa, por el espíritu anticristiano
y antisolidario de sus fundadores. Su “destino
Manifiesto” no está conectado con la fe. Los
fundadores de USA negaron abiertamente que fueran
una nación cristiana cuando concluyeron el
Tratado de Tripoli, y esta negativa era sincera,
porque la solidaridad es un dogma básico de la fe
cristiana.
Cada parte de la sociedad americana
–la izquierda, la derecha, las iglesias, los
partidos, se encuentran afectados por esta falta de
compasión magnificada por la envidia. La derecha
yanki está obsesionada con el anticomunismo. No hace
falta explayarse en el caso de la derecha
imperialista de Ronald Reagan y los dos George Bush
padre e hijo. Lo que es indignante es que incluso la
derecha tradicional partidaria del aislacionismo y
nacionalista (los llamados paleoconservadores) es
igualmente anticomunista y anticristiana. Yo,
personalmente, esperaba que entenderían hoy sus
errores de ayer y aceptarían la alianza con otras
fuerzas opuestas al imperialismo incluyendo a China,
Rusia e Irán. Desgraciadamente, estos
paleoconservadores no son mejores que los
neoconservadores. Ellos en vez de pelear contra los
árabes preferirían e estar matando rusos. ESTA
ORACION VA ASI. LA CONTROLE RECIEN CON EL INGLES
ORIGINAL
En un
ensayo, Patrick Buchanan glorifica la Alemania
de Adolf Hitler y calumnia la Rusia comunista.
Lamenta que USA se aliara con los rusos contra los
alemanes; y aunque Rusia ya no es comunista, quiere
seguir combatiéndola igual. Advierto que no soy de
los que se desmayan cada vez que se menciona a
Hitler. No creo que nadie tenga que odiar a Hitler;
estoy en paz con gente que admira a Hitler por
motivos sentimentales: admiran su sentido de la
solidaridad, o de la grandeza germánica, o su
doctrina vegetariana, o su manera de tratar a los
bancos y los banqueros, o su éxito en unificar los
lander territoriales de Alemania. Pero hay una
línea roja: la gente que admira a Hitler porque
atacó a Rusia y/o masacró a cientos de miles de
civiles rusos son enemigos míos también. En la
batalla de Stalingrado, yo sé de qué lado me sitúo.
Y Pat Buchanan está del otro lado.
Son semejantes el anticomunismo y el
odio a Rusia que prevalecen en otros escritos
nacionalistas-blancos-de extrema-derecha.
Fijémonos en el uso de la palabra “hordas”. Para los
nacionalistas-blancos, hay
hordas musulmanas, mientras para los
blancos-nacionalistas, hay hordas rusas, como
escribe Buchanan: “en mayo de 1945, las hordas del
Ejército Rojo ocupaban todas las grandes capitales
de Europa central; Viena, Praga, Budapest, Berlin”.
Se le olvidó explicar que esto ocurrió porque los
habitantes de estas grandes capitales habían
decidido probar su suerte uniéndose a Hitler contra
Moscú y esto puede volver a ocurrir si esta lección
cae en el olvido.
Nuestro antiguo amigo
Tom Sunic llegó, en su búsqueda de una nueva
derecha, al viejo hitlerismo trasnochado,
escribiendo: “el último tiro en la capital europea
de Berlín lo disparó un soldado soviético borracho,
matando al joven voluntario francés de la Waffen
SS”. Bueno, pues bendito sea el soldado soviético,
sobrio o borracho, por su terquedad, y váyase al
infierno el SS, joven o no tanto, especialmente si
fue voluntario para hacer ese oficio de carnicero.
Buchanan escribe acerca de “la
tiranía más bárbara de la historia: el régimen
bolchevique del mayor terrorista entre todos ellos,
José Stalin”. El odio a Stalin, el hombre que detuvo
a Hitler en su avance, el hombre que creó la Rusia
moderna y permitió la resurrección de la iglesia
rusa después de los excesos trotskistas, es lo que
une a estos anticomunistas. Si se preocupasen tanto
como dicen por el pueblo ruso, podrían enterarse de
que a pesar de decenios de propaganda anticomunista,
a Stalin lo siguen queriendo mucho los rusos. En la
gran encuesta encomendada por la televisión rusa,
Stalin fue elegido como “la personalidad más
importante en toda la historia de Rusia, junto con
San Alejandro Nevsky. Los rusos recuerdan que Stalin
se convirtió en el dirigente de un país analfabeto
devastado por la guerra civil, un país sin
industria, con una agricultura moribunda, sin dinero
y endeudado y circundado por enemigos. El creó la
industria, edificó viviendas y carreteras, creó un
sistema de salud pública y la educación gratuita
para todos, convirtiendo a Rusia en el país más
educado del mundo.
Los yankis sin prejuicios
encontrarían, tal vez, si se les explicase, que la
actitud simple de Stalin ante la vida y los negocios
es afín a la suya. Él habría resuelto la crisis
financiera actual mandando a todos los banqueros de
una vez a cortar pinos en el fondo del estado de
Oregón y cancelando todas las deudas. Habría logrado
salvar las fábricas de autos de Detroit. Cuando
Stalin descubrió la existencia de un lobby sionista
en su país, lo aplastó en el acto, en vez de
hincarse de rodillas, mientras que los judíos
comunes, leales a Rusia, siguieron en sus puestos.
Por esto es que lo maldicen los anticomunistas. No
hay tiempo, ni tampoco es aquí el lugar para
discutir de las exageraciones imposibles en los
crímenes imputados a los soviéticos. Basta con
plantear que hay harta fantasía en ese tema. Nadie,
ni siquiera Stalin, podría haber matado a cien
millones de personas de 160 millones, ganando una
guerra y encontrándose al final con 250 millones de
rusos sobrevivientes.
El odio enfermizo al comunismo se
percibe en una columna de otro antiimperialista de
derechas, Chuck Baldwin. Este “candidato
alternativo” estaba
rabioso contra la bandera nacional china, que es
roja, una vez que estaba alzada en el parque de la
Casa Blanca en ocasión de la fiesta patria china.
Habla de que era “extremadamente ofensivo ver ondear
la bandera china comunista”. Esto es “increíble,
irreal, horrible, obsceno, y traidor, porque los
dirigentes comunistas de la China de Mao son los
carniceros de Beijing, y esto demuestra... las
tendencias comunistas del presidente Obama”.
Más adelante, Baldwin riega el
cuento conmovedor del pueblo chino sufriendo bajo la
cruel tiranía de Mao. Si la dirigencia comunista era
tan mala, ¿cómo es posible que USA tenga una deuda
de varios billones con China? Antes de Mao, China
era una semicolonia de Occidente empobrecida, y “ni
chinos ni perros” decía un letrero a la entrada de
algunos lugares de Shanghai; las hambrunas ocurrían
cada año, y los navíos anglo-americanos abastecían
al pueblo con opio, siempre y cuando no estuviesen
ocupados prendiéndole fuego al Palacio en Beijing.
Ahora, después de tantos años de tiranía comunista,
los chinos son un ejemplo deslumbrante para el resto
de mundo.
En todo caso, izar la bandera
nacional china para determinados eventos no es una
proclamación del comunismo como doctrina de Estado,
sino un signo de educación, normal. De la misma
forma, izar la bandera israelí sobre el mismo césped
no se considera una señal de sometimiento a los
Sabios de Sión, ni respetar la bandera británica es
anular la Declaración de Independencia. Es una
lástima que la administración de Obama se acobardara
y decidiera cancelar el acto. No es buena señal la
facilidad de Obama para doblar el lomo, cosa
comprobada ya en el tema del Medio Oriente.
La izquierda Usiana está igualmente
asustada con el comunismo. En muchos artículos y
respuestas a las concentraciones anti-Obama, los
autores izquierdistas subrayan el racismo de los
manifestantes. Así,
William
Rivers Pitt habla de “esos gordos amargados y
blancos, de derecha, auténtico Ku Klux Klan sin las
antorchas y las capuchas”. Y
Susie Day pretende que allí se juntan todos los
blancos indignados porque Obama habló mal de un
policía blanco [cuando al profesor negro de
Harvard
Henry Louis Gates
lo sancionó por formar escándalo en
la vía pública].
Personalmente, no creo mucho en eso
del racismo. Se le da demasiada importancia a este
pecado, hasta donde alcanzo a ver. Los rusos,
supuestamente muy racistas, amaban a Stalin, el
georgiano. Los franceses y los alemanes, también con
fama de racistas, tuvieron un primer ministro judío
y un ministro de asuntos extranjeros judío,
respectivamente, en el siglo pasado. Los yankis no
tuvieron reparos en elegir al negro Obama. Hasta
allí llega su racismo, y los izquierdistas yankis
que lo explican todo por el racismo están ladrándole
a un poste equivocado; además lo saben, pero es que
no se atreven a hablar de los problemas verdaderos.
****
El miedo cerval a la solidaridad es
lo que se destapa en esta circunstancia, como salta
la rodilla al leve golpe de un martillo. El reflejo
lo activó el lobby judío, para socavar la base
popular del presidente Obama. Porque habló en contra
de la expansión israelí, porque mencionó los
derechos y sufrimientos de los palestinos, lo atacan
en cualquier frente, incluso en el tema de la salud
pública. Si Obama hiciera todo lo que quieren ellos
en el Oriente Medio, sus iniciativas en política
interior no encontrarían la menor resistencia.
A Obama lo atacan a cada paso.
Fíjense en el Oriente Medio: Israel quiere
bombardear a Irán. El presidente rechazó las
súplicas de Netanyahu, el histérico primer ministro
de Israel, pidiéndole que ataque a Teherán, la
capital de Irán, pero para el lobby, “no”, no
es una respuesta. En el órgano que es el vocero del
lobby, el Wall Street Journal, Bret Stephens
pretende lo más increíble: que
Obama está empujando a Israel a la guerra. ¿Cómo
sería eso? Pues sí, afirma el intrépido Stephens:
el hecho de que Obama se niegue a atacar a Irán “es
una manera de obligar a Israel a atacar militarmente
a Irán, de forma preventiva”,interpreta los hechos
en forma insólita, pero no por eso menos influyente.
El vocero del lobby no oculta el hecho de que
semejante ataque pondría el precio del petróleo por
las nubes, a $300 el barril, que se desataría la
guerra en todo el Medio Oriente, y que los
serviciales yankis estarían de rehenes en el medio.
Para un lector normal, la conclusión está clara:
estas son las razones, precisamente, por las cuales
Obama les prohibió a los israelíes atacar a Irán.
Pero el sofista del lobby ofrece otra salida:
empujemos a la América de Obama a atacar a Irán en
el lugar de Israel. Así es como la negativa de Obama
a intervenir contra Irán se convierte en una “manera
de obligar a Israel a entrar en guerra”. ¡Eso sí que
es caradurismo!
Mientras que el enemigo está
sumamente despabilado, por el otro lado no aparecen,
como deberían, los amigos que vengan a ayudar al
asediado y combatido presidente americano. Muchos de
nosotros recibimos y reenviamos un email
pretendiendo que Obama respaldaba el golpe militar
en Honduras. Pero no se le dio la misma atención al
hecho de que Obama le cortó
en realidad la ayuda Usamericana a Honduras, en
respuesta al golpe.
Netanyahu percibe que el presidente
está solo, y por se da el lujo de poder ridiculizar
sus pedidos, por tibios y limitados que sean. No hay
otra palabra de calificar la respuesta de Israel,
según la cual “van a congelar durante unos meses
algunas construcciones en las colonias”. Esto es
apenas más elegante que un corte de manga. Y le
siguió el anuncio de que unas 500 viviendas nuevas
para judíos se van a edificar, en las mismas narices
de Obama. Obama no se atreve a exigirle nada más al
intransigente paisito, porque unos judíos se
embolsillaron tanto el Congreso como el Senado, y se
trata de judíos poderosos que prefieren el sionismo
al comunismo.
¡Qué lástima! Hubo una época en que
todos los judíos estaban a favor del comunismo, y
ninguno quería saber del sionismo, y el destino de
la gente mejoró notablemente. En un
artículo notable, Winston Churchill escribía,
por los años 1920: “los judíos están eligiendo
entre el comunismo y el sionismo, nos corresponde
orientarlos hacia el sionismo de modo que se
encuentren aislados y dejen de fastidiar”. Y su plan
se cumplió: los judíos se dejaron seducir por la
idea sionista, abandonaron el comunismo y se
convirtieron en sus enemigos. El resultado fue
bastante feo: la contribución de los judíos
israelíes al bienestar de la humanidad es poco menos
que cero, a no ser que uno contabilice el desarrollo
de nuevas técnicas para torturar y vigilar a la
gente. Los judíos del resto del mundo gastaron
masivamente sus energías, tiempo y talentos en el
mismo proyecto sionista podrido, en vez de ayudar a
sus compatriotas a mejorar sus condiciones de vida.
Winston Churchill encendió una vela, y la luz sigue
atrayendo a las mariposas que mueren en la llama. El
informe audaz del juez Richard Goldstone es la
primera señal del cambio de clima pues condenó las
recientes atrocidades sionistas en Gaza a pesar de
sus
simpatías proisraelíes.
Ahora ha llegado para Obama el
momento de dar un paso adelante sin miedo. Debería
prestar atención a sus compatriotas. Si están tan
molestos y preocupados con la inmigración, pues que
le ponga un pare efectivo. Que devuelva a los
ilegales, o legalice a los que lleven tiempo
suficiente ya en USA. Que muestre a la gente que se
preocupa por lo que sienten.
Que no retroceda en la cuestión de
la salud pública, porque es un campo que está maduro
para la revolución, y sólo en tiempos de crisis es
que un gran dirigente puede emprender reformas
radicales:
·
Retome,
presidente Obama, el guión de la novela de Iván
Illich Némesis Médica,
y minimice el costo de la atención médica. Hágalo al
estilo cubano, de una vez.
·
Trate el
tema de la salud como el de los bomberos, pues el
cuerpo humano no es menos importante que los
edificios. A nadie le asombra que las brigadas de
bomberos no sean privadas. Convierta la salud
pública en servicio público, y convierta a los
médicos en empleados del Estado.
·
Prohiba la
atención médica privada.
·
Garantícele
ayuda médica a todos, a costa del erario público.
·
Basta de
vidas salvadas a un costo exorbitante, con
tecnología aberrante. No a las trasplantaciones, no
a los tratamientos complicados contra la
infertilidad, no a la tecnología reproductiva, no a
las operaciones de corazón y cerebro abiertos, no a
los abortos.
·
Corte los
créditos para la investigación, y deje las
enfermedades incurables seguir siendo incurables.
·
Deje a la
gente nacer y morir según sus costumbres; es lo
normal, y no se debe temerle tanto a la muerte. ….
·
Ya que
estamos, nacionalice las compañías farmacéuticas,
impóngales que vendan las medicinas al servicio
nacional de salud al costo de producción.
Entonces el sistema de salud
nacional se convertirá en algo bueno, sencillo,
comprensivo, y barato. ¿Es comunismo esto? ¡Sí! ¿Le
viene bien a usted? Claro que sí, salvo que Ud sea
un pudiente ginecólogo. Y el camarada Stalin lo
aprobaría, qué duda cabe!
J
Traducción: María Poumier, revisión:
Horacio J. Garetto