Presagios de tormenta
por Israel Shamir
Medvedev frente a Putin
La rebelión árabe tiene a Rusia
dividida: hay quién sueña que el
Espíritu de Tahrir visitará Moscú,
mientras otros esperan una cruzada de la
OTAN que extienda los valores
occidentales hasta el Volga; hay incluso
un tercer grupo con una fe absoluta en
que nada cambiará, ni ahora ni nunca. La
reciente abstención rusa en el Consejo
de Seguridad de la ONU ha dividido a las
élites y, finalmente, puesto al
descubierto la creciente brecha.
El presidente Dmitri Medvedev ha
declarado a Gaddafi persona non grata.
Apoyó la propuesta de transferir el caso
de Libia al TPI para acto seguido
ordenar a su embajador en el Consejo de
Seguridad que se abstuviera. Al cabo de
unos días, el primer ministro y
ex-hombre-fuerte Vladimir Putin criticó
sin ambages la complacencia de Medvedev;
calificó de "nueva cruzada" la
intervención occidental y sugirió que
sus líderes "recen por sus almas y pidan
perdón al Señor" por la sangre
derramada. Medvedev contraatacó con un
absurdo "cómo se atreve a hablar de
cruzadas" y los comentaristas le han
estado sacando todo el jugo posible a
este enfrentamiento, impacientes por ver
la primera fisura en el dúo. Antes era
como si presidente y primer ministro
fueran siameses, ahora se diría que
están empezando a separarse.
No podemos saber cuál es la verdadera
visión política de Dmitri Medvedev, pero
en los últimos meses ha sido promovido
(por una camarilla de sus asesores) como
una alternativa prooccidental y liberal
a Putin. Este esquema concuerda con la
tradicional dualidad rusa entre
pensamiento prooccidental y nativo,
personificada por Turgueniev y
Dostoievski, a saber, Rusia siempre ha
estado en Europa y sin embargo Rusia
siempre se ha mantenido aparte.
Esto, que hubiera vuelto esquizofrénica
a una especie inferior, es para los
rusos una tensión saludable que han
inmortalizado en el águila bicéfala de
su escudo de armas.
Hay una cabeza nativa que se identifica
con el mundo no europeo y está
totalmente en contra de la guerra de
Libia, y luego está la cabeza
prooccidental que quiere colaborar con
las potencias europeas y comparte el
sistema europeo de valores, incluyendo
los que han hecho posible el bombardeo
de Libia.
Es muy posible que al llegar las
elecciones veamos a Putin disputarle la
Presidencia a Medvedev. ¿Habrá que
elegir entre (a) una Rusia independiente
y soberana que sigue su propio camino y
(b) Rusia como un gran oleoducto
controlado por yes-men (los que a
todo dicen que sí)? Así lo afirman los
seguidores de Putin. La camarilla de
Medvedev declara que la elección es
entre (a) Rusia como miembro legítimo
del mundo civilizado, y (b) una Rusia
delincuente perdida en las tinieblas
exteriores, como la Libia de Gaddafi.
Qué bien; visto así, parece que hay
verdaderas alternativas... Pero ¿no nos
estarán tomando el pelo? Las águilas
bicéfalas no existen. Son animales
imaginarios. La verdad es que ni Putin
es tan nativo ni Medvedev vendió su alma
a Occidente. Ambos aparentan ser lo que
no son.
Si Putin fuera de verdad partidario de
la independencia rusa, Rusia no
mantendría su dinero invertido en
acciones y obligaciones USanas. Si a
Putin le preocupara de verdad el futuro
de Rusia, los beneficios de la venta del
petróleo ruso servirían para reparar la
infraestructura del país y no para
simplemente enriquecer a unos cuantos
oligarcas. El Putin del cuento nunca
permitiría que las recién obtenidas
riquezas rusas fueran a parar a los
bolsillos de londinenses como Abramovich
y su equipo de fútbol del Chelsea.
Por otro lado, si Medvedev fuera un
verdadero partidario de los valores
occidentales, su policía no dispersaría
las manifestaciones y sus comisiones
electorales no impedirían entrar en liza
a los partidos de oposición. No da la
impresión de estar esforzándose mucho en
hacer posible una competencia real en la
política rusa.
No hay que olvidar que Medvedev es la
creación de Putin, y su capacidad de
mantenerse por sí mismo aún esta por
ver. Por eso muchos rusos dudan que esta
confrontación, en tono menor pero de
altos vuelos, sea sincera. El escamoteo
consistente en dar acontecimientos
mediáticos orquestados en vez de
elecciones libres les ha dado a los
rusos una demo-gracia tontiloca (y en
versión demostración). Pese a una
libertad de expresión sin cortapisas y
una ausencia de represión casi absoluta,
los rusos son incapaces de elegir sus
gobernantes según sus deseos propios.
Son libres de hablar, pero sus discursos
no pueden ser traducidos en acción
política eficaz.
El hombre al timón del Kremlin no es
elegido por sufragio universal sino
designado por el círculo de poder, como
en tiempos de Brezhnev. El mando sobre
la Rusia postsoviética se va
transmitiendo de un líder a otro merced
a un acuerdo de las élites que es
posteriormente validado mediante una
votación ostensiblemente amañada.
Yeltsin llegó al poder con un golpe de
estado y luego sacó los tanques contra
el parlamento electo que lo sometía a un
voto de censura. En 1996 manipuló las
elecciones como nunca se había visto en
la historia de Rusia. Después de
aquello, Yeltsin pasó el poder a Putin,
y Putin más o menos lo transfirió a
Medvedev. La única incógnita que les
queda a los expertos de Moscú es si
Putin permitirá a Medvedev presentarse
de nuevo o si ha decidido volver a tomar
el volante. A los liberales
prooccidentales les encantaría que
Medvedev encerrase a Putin y se
presentara en solitario. A Putin lo
temen, pero temen aún más unas
elecciones libres de impredecible
resultado. Prefieren la sucesión.
La eminencia gris
La gente que organiza la sucesión se
llaman tecnólogos políticos y son
una raza aparte. En Rusia son el
matrimonio entre el cerebro de Karl Rove
y la fuerza bruta del Sindicato de
Camioneros. Andrew Wilson describió a
los tecnólogos políticos rusos para una
audiencia occidental
escribiendo: “Los tecnólogos
políticos postsoviéticos se ven a sí
mismos como meta-programadores,
diseñadores de sistemas, decisores y
controladores todo en uno, aplicando
toda tecnología aplicable a la
construcción de la política como un
todo.” Ivan Krastev
explicaba: “Un consultor político
trabaja para un partido durante las
elecciones y hace lo que puede para que
ese partido gane; el tecnólogo político
no está interesado en la victoria de su
partido sino en la victoria del
‘sistema’. En otras palabras, los
tecnólogos políticos son los encargados
de mantener la ilusión de competitividad
en la política rusa.”
El uso de tecnología política en lugar
de política real ha empezado a convertir
a los rusos en extremadamente cínicos y
fatalistas: cualquier movimiento que
hagamos, ellos ya lo han previsto en sus
planes, y serán ellos los únicos que se
beneficien de los resultados. Los
rusos han empezado a creer que los
tecnólogos políticos son prácticamente
omnipotentes, y esta creencia les ha
hecho en verdad muy poderosos. Por este
motivo, la éminence grise de
Rusia no es ni clérigo ni oligarca, sino
un tecnólogo político llamado
Vladislav Surkov, un escritor de
talento y poeta de origen
ruso-judeo-chechenio. Algunos
observadores lo consideran el verdadero
poder tras las figuras de cartón de
Putin el hombre-fuerte y Medvedev el
liberal. Esta es la tesis presentada en
su novela superventas
Virtuoso por Alexander
Prochanov, un hombre que conoce de
primera mano a Surkov - una rareza ya
que el gran hombre tiene aversión a los
medios. Hay una descripción de Surkov en
el telegrama de Wikileaks 10MOSCOW184,
todavía inédito y que se
adjunta a este artículo.
Una producción escénica basada en la
novela Okolonolya de Surkov se
está representando con extraordinario
éxito en los mejores teatros moscovitas,
bajo la dirección de uno de los mejores
directores rusos (Kirill
Serebrennikov). A 70€ la entrada, no
quedan billetes para varios meses. Yo la
he visto - y asusta, en el estilo de
Tarantino y
Hostel, pero Tarantino nunca se
metió en la política USana. En la novela
y en la obra teatral, Surkov contrasta
la omnipotencia de alguna gente con la
total impotencia del resto de nosotros.
Dmitri Bykov se quitó el sombrero ante
el escritor en su nueva obra El oso,
cuando dice al protagonista: “Puedo
hacer contigo lo que me dé la gana.”
Esta ola perfecta de tecnólogos
políticos, oligarcas y antiguos
funcionarios de la seguridad ha abortado
todos los intentos de traer auténtica
democracia a la política rusa. Es esta
una queja muy oída entre los
demócratas (así se llama aquí a los
liberales occidentalizantes) rusos. Sin
embargo, rara vez admiten que hay una
razón para todas estas tecnologías
políticas, una razón por la que a los
rusos no se les permite ejercer las
libertades políticas como desean y
merecen: sin tales trucos, los
comunistas y otras fuerzas indígenas
volverían a afianzarse en Rusia.
El dirigente comunista Gennady Zuganov
ha anunciado que se presenta a
Presidente en 2012, y hay una
video-parodia basada en el trailer de
2012 (la película de cataclismos)
que califica esta opción como
“alternativa a la catástrofe”. Siguen
siendo el principal partido de
oposición, pero la gente duda de que
tengan suficiente tirón. El partido es
demasiado timorato; hizo demasiados
compromisos dolorosos. En 1996 los
comunistas ganaron las elecciones pero
el propio Gennady Zuganov se rindió a
las amenazas de ‘guerra civil’ lanzadas
por Yeltsin. La gente teme que pueda
volver a ceder.
La combinación ganadora incorporaría
probablemente nacionalistas y cristianos
junto a los comunistas; es decir,
fuerzas que valoran la singularidad de
Rusia, su cristianismo ortodoxo, su
natural solidaridad y su fuerte
compasión social. De hecho, el combinado
admitiría prácticamente a cualquiera
excepto a los occidentalizantes
extremos. “Le gouvernement est encore le
seul Européen de la Russie,” como
Alexandre Pushkin escribió (en francés)
a su amigo prooccidental Chaadaev hace
casi doscientos años, y este dicho
todavía es aquí citado con frecuencia.
La oposición prooccidental de fans de
Khodorkovsky, lectores de la Novaya
Gazeta y oyentes del Echo Moskwy
es ruidosa e omnipresente, pero de hecho
representa a una ínfima minoría. Sirven
de tapadera a una plétora de pequeños
partidos de derechas y grupos que piden
aún más neoliberalismo, aunque bien sabe
Dios que Rusia ya ha tenido demasiado de
eso. Les unen su aversión por el viejo
sistema soviético, su odio por Putin,
las subvenciones occidentales y otros
arreglos pecuniarios con los oligarcas.
Hablan de derechos humanos, pero a lo
que se refieren es a sus propios
derechos. Apoyaron el bombardeo israelí
de Gaza y ahora apoyan el bombardeo
occidental de Libia. Para ellos,
Occidente nunca hace bastante: Julia
Latynina, portavoz de la oposición,
ensalzó la matanza de egipcios por
Lord Kitchener en 1898 como el modo
adecuado de tratar a los musulmanes
revoltosos. (Aquí
hay una tímida versión inglesa de su
arenga). El odio de la oposición de
derechas contra los musulmanes podría
urdir una ruptura con el Tatarstán y el
Cáucaso Norte, de población musulmana.
Su principal figura política es el
pelirrojo Anatoly Chubais, arquitecto de
la privatización de Yeltsin, padrino de
todos los oligarcas y hombre-teflón que
siempre está cerca del poder y el
dinero. Hablan de democracia pero
quieren decir democracia gestionada,
que los tanques de la OTAN harían
cumplir. Un 80 por ciento de quienes
llamaron a su emisora dijeron que una
operación tipo Odyssey Dawn
sería bienvenida si el objetivo
fuera Moscú.
La oposición pro-nativa rusa es
cuantitativamente enorme pero está
desordenada. El régimen ha conseguido
separarla y dividirla contra sí misma.
La última vez que obtuvo un buen
resultado fue bajo la carismática
personalidad de Dmitri Rogozin. En 2005,
su mismo éxito le trajo la perdición:
“Olvidándose de que llevaba una correa
al cuello, Rogozin se fue descarriando
más y más y al final traspasó la raya
roja del Kremlin, con gran enfado de
Putin,” en palabras del embajador USano.
Un telegrama secreto desde Moscú explica
“el verdadero pecado de Rogozin: dejó de
fingir que era un político de oposición
y empezó a comportarse como uno de
verdad.” (El telegrama de Wikileaks
06MOSCOW10227 también se
adjunta). Rogozin fue el único
hombre capaz de darle miedo a Putin: fue
en eso más putinista que Putin.
Al poco, Putin dejó de jugar a la
democracia y el partido de Rogozin fue
disuelto. Tras pasar un tiempo a la
deriva en el desierto político, Dmitri
Rogozin fue finalmente exiliado en
Bruselas como embajador ruso ante la
OTAN, donde fue descrito por otro
telegrama secreto de Wikileaks como “uno
de los políticos más carismáticos,
listos y potencialmente peligrosos de
Rusia”.
También es posible que hundiendo a Putin
e intentando alcanzar una gran victoria
liberal, las fuerzas derechistas
prooccidentales froten una vez de más la
lámpara de la libertad y liberen al
genio indígena. Así ha sido
admitido abiertamente por el más
ponzoñoso enemigo de Putin, el
derechista Andrey Piontkovsky: “Nuestros
glamorosos
Eloi están paralizados– no por miedo
del feroz macho alfa, sino por el terror
de enfrentarse a la masa de Morlocks
extraterrestres sin la protección del
macho alfa”. De hecho, sólo Putin se
interpone entre la ira del pueblo y los
peces gordos de Moscú. Con todo lo que
lo odian, ¿se atreverían a echarlo a los
lobos aun sabiendo que los protege?
Quizá se atrevan, con la esperanza de
colocar en su puesto un líder al que
prefieran, como Medvedev o Chubais. Esa
sería una jugada arriesgada de verdad.
Frente a eso, las tácticas dilatorias
parecen seguras, aunque no hay forma de
saber cuándo los rusos se cansarán de
los jueguitos y exigirán democracia de
la buena. Podría pasar. El fenómeno
Navalny es un indicador del poder
latente del pueblo ruso. Navalny es un
blogger y ocasional activista político
que se hizo famoso por atacar las
prácticas corruptas del partido en el
poder. Los tecnólogos políticos lo
acusaron de ser un agente naranja USano
intentado subvertir la soberanía rusa y
vender Rusia a la OTAN. Estas
acusaciones no le hicieron ningún daño.
En su comparecencia televisiva con un
destacado miembro del partido en el
poder, ganó por goleada: el 99 por
ciento de los televidentes que
respondieron le apoyaban, con sólo un
uno por ciento creyéndose la historia
del malvado lobo occidental intentando
tragarse el inocente rebaño. Estos
rusos, frustrados por las urnas, votaron
con sus carteras – miles de rusos
aportaron unos pocos rublos por cabeza a
su lucha contra el partido en el poder
hasta reunir una caja de guerra
multimillonaria.
No es que los rusos no crean en los
lobos occidentales, encarnados en la
OTAN y en Wall Street, pero han llegado
a la conclusión de que sus gobernantes
son otros lobos - con piel de cordero.
Los rusos saben que los oligarcas y las
primeras figuras del Kremlin están
perfectamente integrados en el montaje
capitalista occidental: guardan el
dinero en las Bahamas, envían a los
niños a Oxford, poseen casas en la
Riviera y en Hampstead, tienen acciones
en las empresas transnacionales. Y en
complicidad con sus compinches
occidentales, despluman a los rusos.
En fin, Rusia está lista para el cambio.
Pero ¿por qué camino irá? ¿Será otra
“revolución gestionada”? ¿Promoverá el
régimen otro partido prooccidental
mientras bloquea a la izquierda, los
ortodoxos y los nacionalistas? ¿O
superará finalmente sus problemas la
oposición pro-nativa, rescatará a
Rogozin de su retiro en Bruselas e
intentará en serio ganar Rusia? Lo
veremos.
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