Carter y el enjambre
Por Israel Adán Shamir :
23 de enero de 2007
Traducción : María Poumier
La publicación del libro de Jimmy Carter sobre
Palestina La paz en vez del apartheid es un gran
acontecimiento para América y para todos nosotros. No porque
Carter haya dicho algo que no supiéramos sobre Palestina. Antes
que apareciera Carter, nosotros sabíamos que los sionistas
establecieron un régimen racista de apartheid en Tierra santa,
donde los judíos tienen derechos, y los goyim tienen deberes.
Antes de que llegara Carter, sabíamos que un palestino nativo no
tiene derecho a votar, ni a moverse, ni a trabajar libremente
en su tierra, porque está encerrado detrás de un muro de veinte
pies de altura. Antes de que apareciera Carter sabíamos que el
apoyo estadounidense es lo que hizo posible las atrocidades, y
el régimen de apartheid consolidado. Mas no sabíamos que existen
los eminentes USamericanos que se atreven a desafiar a la
judería organizada y vocearlo a pleno pulmón.
¿Por qué Carter hizo eso? ¿Por qué arriesgó su
plácida ancianidad y su gloria esfumándose suavemente,
enfrentando un ataque de la quinta columna israelí tan
despiadada como las matanzas de las otras cuatro en Gaza? Lo
movió la compasión, esta virtud cristiana suprema del compartir
el padecimiento de los oprimidos. Vio el sufrimiento de
Palestina, y no pudo guardar la calma. Actualizó una tradición
honrosa de los americanos: la de Mark Twain quien condenó las
atrocidades USamericanas en Filipinas, la de Henry Thoreau
frente a la guerra contra México. Se trata de una tradición
universal: Multatuli reveló las atrocidades holandesas en
Indonesia, Roger Casement lo hizo con los belgas en el Congo,
Radischev lloró por el destino de los campesinos rusos. Y sus
voces cambiaron nuestro mundo, aunque no en el momento. Carter
no es ningún radical; un hombre de carácter más encendido
llamaría a acabar de una vez con la infamia llamada “Estado
judío”. El mensaje de Carter era suave y gentil, tan suave y
compasivo que sólo un poder arrogante e intoxicado de poder
podría negarse a convivir con él. Otros, entre los cuales me
incluyo, fueron más duros y explícitos, pero no estaban en la
posición de los presidentes de USAmérica.
¿Por qué sucede esto ahora? El apartheid en
Palestina ya era lo bastante insufrible hace diez años como para
justificar semejante intervención; lo novedoso es el desaliento
y el sentimiento de impotencia que presenciamos. La esperanza se
mantuvo viva siempre, alentada por Camp David, por la paz con
Egipto, con las conferencias de Madrid y Oslo, pero ahora está
muerta. Un año de feroz bloqueo trajo una confrontación entre
partidos palestinos, y ahora está a punto de realizarse el
inconfesable sueño judío de una guerra civil entre los
palestinos. La Tierra Santa está al borde del derrumbe. El
presidente Carter tiene 82 años, y ya no le asusta nada. A esta
edad, y en esta etapa de la vida, los hombres de Estado tienden
a decir lo que piensan, como el primer ministro de Malasia
Mohammad Mahathir al jubilarse. Estamos en el momento de la
verdad amarga: el liderato ideológico y espiritual de Occidente
que se le escapó a la iglesia lo tienen ahora los usurpadores de
Sión. Mientras ellos manden, no hay salvación para Palestina.
La mayoría de los judíos USamericanos son gente
sana y sensible, pero las decisiones las controlan los judíos
que no son otra cosa que super ricos y super poderosos. Ellos
son el poder que empuja hacia la guerra. Carter quiso detener el
desastre que se viene en el Medio Oriente, convenciendo a los
sanos y dándoles un parón a los arrogantes. Por eso el
presidente se sumó a la pelea, al mismo tiempo que los WASP
tradicionales intenta recuperar el terreno perdido y salvar de
la destrucción a su bienamado país. Los WASP, con todas sus
propiedades, tradiciones y raíces, se encuentran desplazados por
los judíos con su sofocante control de los medios y las
universidades, lo cual confirma que el espíritu rige por encima
de lo material. El grupo Baker–Hamilton de estudios sobre Irak y
el informe de Walt y Mearsheimer sobre el lobby israelí en USA,
son los primeros disparos en esta intifada de los WASP. Burston,
un columnista judío americano, que vive en Israel y que escribe
para el diario israelí Haaretz planteó con razón que “a
quién le dispara verdaderamente Carter es a la comunidad judía
americana organizada”. Pues Carter, dice Burston, apunta a las
razones determinantes que explican el apartheid:
*El control judío sobre el gobierno USamericano
: “políticamente, sería casi un suicidio para los miembros del
Congreso, si se atuviesen a una posición equilibrada entre
Israel y Palestina, o sugiriesen que Israel debería acatar las
leyes internacionales, o hablar en defensa de la justicia o los
derechos humanos para los palestinos.”
*El control judío sobre los medios USamericanos:
“Lo que es aún más difícil de comprender es por qué los
editoriales de los principales periódicos y revistas de los
Estados Unidos ejercen tal autocensura, en contraste con las
evaluaciones personales expresadas con fuerza por sus
corresponsales en Tierra santa.”
Después que habló Carter, el contraataque de la
judería organizada fue inmediato. Había que ver aquello. En mi
Siberia natal, en su verano corto y furioso, uno puede ver
enjambres de moscas pequeñas asaltar a un caballo, con cada
diminuto vampiro ansioso de participar en la hazaña. Al poco
rato, el animal cegado y enloquecido echa a correr y termina
ahogándose en pantanos de arenas movedizas. Los judíos han
desarrollado el mismo estilo. Nunca se da el caso de una voz
aislada argumentando, sino que siempre sucede un ataque masivo a
la vez desde la derecha y desde la izquierda, por debajo y por
arriba, hasta que la víctima destrozada se da por vencida y se
borra en la desgracia.
Cada atacante es tan ínfimo e irrelevante como
una mosquita, pero al actuar como enjambre son temibles.
Observémosles por separado: Dershowitz, que defiende la tortura
y el asesinato de rehenes, que ha sido denunciado como plagiario
y nunca ha sido elegido a ningún puesto de autoridad ni se ha
ganado el respeto de nadie, pide tener un debate por televisión
con el presidente. Esto va más allá del descaro, lo que llaman
chutzpah los judíos, pero a Dershowitz lo respaldan otros
judíos en posiciones eminentes, de modo que su pedido ridículo
encuentra eco en universidades y medios, hasta que este
ladronzuelo consigue un espacio tan amplio como el del
presidente Carter para expresar “su problema”. Otra mosquita es
la Deborah Lipstadt, una ínfima figura esgrimida por el
Washington Post. Otros más son más intrascendentes aún que
estos dos, por ejemplo unos 14 judíos que renunciaron a su cargo
en el Carter Center. Si no tuviesen a los medios entre sus
manos, nadie jamás les habría hecho caso, más allá de sus
respectivas señoras.
Su técnica es más bien simple. Desvían la
atención de la argumentación, para enfocar exclusivamente la
personalidad de su adversario. Así, en vez de discutir sobre el
apartheid en Israel, de lo que se habla es de la personalidad de
Jimmy Carter, si es un beato y un atisemita (como hace Foxman,
un judío malo) o no (como hace Avnery, que es un judío bueno).
La respuesta correcta es “esto no viene al caso”. El amor o el
desamor de Carter hacia los judíos no tiene nada que ver con el
problema del apartheid en Palestina. De la misma forma, si
discutimos sobre la situación en Bosnia o en Kosovo, no nos
ponemos a analizar nuestros sentimientos para con los serbios,
los albaneses o los croatas. Pero con los judíos es distinto.
Por ejemplo, el general Wesley Clark dijo que
los judíos ricos, los que financian a los políticos en
Washington, empujan hacia la guerra con Irán. Pues bien, sobre
esto se puede discutir, y tal vez disentir del todo, pero ellos
se las arreglan para desviar la discusión sobre otro punto, el
de saber si Clark es un antisemita. Matthew Iglesias es quien
ofrece las fuentes para todo el paquete kosher, invocando desde
la comparación con los Protocolos de Sión hasta una cita
ineludible de Forman quien dice que Clark “ha caído en la
beatería conspiracionista”. A partir de este momento, Clark va a
aferrarse a su propia defensa, y los tipos se esmerarán en darle
motivos para que permanezca en ese terreno. Una vez más, la
respuesta correcta es un rechazo rotundo aunque educado: ¿a
quién le importa que Clark sea un beato? Tal vez también sea
pedófilo y usurero, pero este argumento ad hominem no
tiene ningún peso sobre lo que dijo. Y una acusación por el
estilo de “a ti lo que pasa es que no te caen bien los judíos”
no es muy diferente de aquello de que “ tú no quieres a tu
tía”; lo más probable es que ya te hayas acostumbrado a vivir
con eso (y con ella) desde la edad de seis años, ¿o no?
Un buen libro para acostumbrarse uno a este tipo
de ataques es la novela de Michael Bulgakov El Maestro y
Margarita: este libro maravilloso muestra a un enjambre de
moscas judías supuestamente críticas cayéndole encima a un
escritor que se atrevió a escribir sobre Cristo. Y por cierto, a
cualquiera que mencione a Cristo le pasará esto más tarde o más
temprano.
Yo también he probado lo que es el enjambre en
acción. Durante la catástrofe del tsunami en Tailandia, descubrí
que los dirigentes judíos de la empresa funeraria Zaka obligaron
a los tailandeses a retrasar el entierro de las víctimas un día
o dos, a pesar del peligro real e inmediato de epidemias, para
evitar una auténtica calamidad : que cuerpos judíos pudiesen ser
sepultados por inadvertencia junto con gente común. Esto me lo
dijeron miembros del equipo de Zaka, que estaban muy ufanos de
haberlo logrado. Escribí sobre esto (ver Tsunami en Gaza).
Aquello fue retomado en unos pocos sitios web. Ahí mismo un
judío inglés llamado Manfred Ropschitz desató una campaña ad
hominem contra mí. Otros judíos se unieron a la jauría,
debatiendo en torno de la cuestión siguiente: si soy un judío o
un “sueco ruso nazi antisemita” como si esto tuviera algo que
ver con lo del tsunami. En vez de descartar el tema, otros
amigos de Palestina se aferraron a este tema apasionante.
Llevaron la discusión desde The Times hasta sus listas de
correo electrónico, y otros judíos supuestamente “antisionistas”
comentaron con honda satisfacción: “ya Shamir está marginalizado
y no tiene quien lo escuche”.
Ropschitz no trató de desmentir la historia,
porque era cierto. Se limitó a escribir: “con un ejército de
periodistas agolpados en torno al asunto del tsunami, me imagino
que ya habría llegado hasta mí algo de esta noticia chocante, a
estas alturas, si fuera cierto. Soy periodista y no me lo creo”.
Pues no, señores, ustedes no se enterarán de lo que pasó
realmente si es algo que no resulta aceptable por los Ropshitzes
de este mundo. Te van a correr hasta el último rincón del mundo,
y no mucha gente tiene ganas de enfrentarse a su ataque bien
planeado. En realidad, habría que ser un verdadero kamikaze para
meterse en esta pelea. Los Ropshitzes, estos judíos tan comunes
que se identifican plenamente con su comunidad, son el elemento
decisivo en el ataque del enjambre. Hay muchos amos de los
medios y más editorialistas todavía que son judíos, pero son los
Ropschizes los que hacen efectiva la “línea del partido”. Estos
verdugos voluntarios de nuestra libertad, la infantería de los
amos, defienden automáticamente a “los judíos”, es decir a la
comunidad judía organizada, y esto, a cualquier precio. La gente
de a pie, entre los que tienen un origen judío, pueden tener
opiniones de todo tipo. De la misma forma, los americanos
comunes y corrientes no son los que deciden si tu país va a
atacar a Irán o no. Pero Bush y Cheney solos no pueden hacer su
guerra en Irak, y los amos judíos de los medios no tendrían
ningún poder sin los verdugos voluntarios de la libertad que les
sirven.
Los filosemitas gentiles son peores aún, como
observó Eustace Mullins, el legendario escritor americano cuyos
libros (auténticos best-sellers, pues vendió millones de
ejemplares) jamás fueron publicados o distribuidos en las redes
oficiales. Escribía lo siguiente:
“Hace rato que todo el mundo sabe que las tres
mayores redes de la televisión nacional las manejan y controlan
oficinas judías: por lo menos desde que se unieron. Ahora, por
fin (o así pareció que iba a ser), los cristianos de América
iban a tener su propia red televisiva cristiana, donde iban a
poder cumplir con los mandamientos de la religión cristina. Al
menos, parecía que iba a ser así. Y cuando empezó sus
transmisiones diarias la CBN, ¿cuál fue el mensaje cotidiano?
Debemos amar a los judíos. Debemos defender al Estado de Israel
en todas sus depredaciones y su inmoral devastación de los
santos sepulcros cristianos en el lugar de nacimiento de Nuestro
Señor. Debemos ayudar a los judíos, y debemos por encima de
cualquier cosa apartarnos del mayor pecado, el pecado de
antisemitismo, sea cual sea el significado de la palabra. Ni
siquiera las redes judías se atreven a programar propaganda tan
abiertamente pro-judía como la Christian Broadcasting Network.”
Esta semana en Francia murió un hombre que fue
un verdadero santo, conocido por el nombre cariñoso de Abbé
Pierre, un sacerdote que peleó con la Resistencia, ayudó a los
desahuciados, cuidó de los pobres, y fue un gran amigo de los
palestinos. En 1996, fue hostigado casi a muerte después que
expresara su respaldo a otro amigo de Palestina, Roger Garaudy,
quien escribió el libro Los mitos fundadores de la política
israelí. Al ser víctima del enjambre, se recluyó en Italia y
en Suiza, abandonado por la gente por la cual había luchado. Los
franceses deberían recordar su vergonzoso destino, y remorderles
la conciencia. Si a la doncella de Orleáns la ajustició el
régimen de ocupación inglés (aunque utilizaba a
colaboracionistas franceses) no cabe tal excusa para los que
condenaron al ostracismo al Abbé Pierre: se asustaron con el
hostigamiento del enjambre, nada más.
Este miedo a los ataques de las huestes judías
ya causó muchos desastres a la humanidad. En los años 1930, el
famoso aviador americano Charles Lindbergh llamó a USA a
mantenerse apartados de la guerra que se avecinaba en Europa. Lo
asaltaron los medios judíos como nazi y simpatizante de Hitler,
lo calumniaron, y “del día a la mañana Lindberg pasó de héroe
cultural a paria moral”. Ahora nuevamente, a USA les empujan a
una nueva guerra las mismas fuerzas, esta vez en el Medio
Oriente. Tratemos de detenerla dejando atrás el miedo, pues como
reza un canto espiritual de los judíos hasídicos “haikar lo
lefahed bihlal”, lo más importante es no tener ningún miedo.
Carter nos devolvió la esperanza de que existe una América con
la cual el mundo puede convivir, una América no agresiva y
democrática, cuya política no la deciden los ricos
financiadores, sino los USamericanos que votaron contra la
guerra, y que se juntan hoy en Washington para llamar al fin de
la escalada.
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