Los rusos se lo piensan dos veces
por Israel Adán Shamir
Lunes 4 de abril, http://
www.counterpunch.org
y http://
www.israelshamir.net .
(Ver en una próxima entrega: La política
rusa en el espejo de Libia)
Russia is different.
Los americanos, ingleses y franceses
parecen estar aprobando masivamente el
frenesí bombardero de sus pilotos sobre
Libia (cierto, algunos no están seguros
de que el gasto valga la pena) mientras
los rusos rechazan la idea de plano,
sin considerantes de ningún tipo. El
embajador ruso en Trípoli, Vladimir
Chamov, regresó a Moscú para ser
recibido como un héroe. El presidente
Dimitri Medvedev lo había desautorizado
públicamente, después que éste le
mandara un cable, en cinco puntos, que
se filtró a los medios. En dicho cable,
el embajador calificaba la respuesta de
Medvedev a la crisis libia de "traición
a los intereses nacionales rusos".
(Luego cedieron algo los dos: el
ministerio de asuntos extranjeros dijo
que no se había obligado a Chamov a
renunciar sino que era un simple
"llamado a volver" desde Trípoli, que no
afectaba su rango de embajador y el
salario correspondiente; y Chamov negó
haber usado la palabra "traición").
A los rusos no les cae bien la
intervención occidental en Libia. Los
rebeldes no parecen ser auténticos,
observan los blogueros rusos; son una
mezcla de ex ministros de Kaddafi
echados por corrupción, mujaidines de al
Quaeda, chusma con zapatos nuevos
respaldada por los soldados del Special
Air Service y apoyada por ese "mejor
amigo de todo árabe" que son los misiles
USianos de crucero. Los medios rusos
descubrieron que por lo visto los
primeros informes sobre víctimas civiles
causadas por el sangriento Kaddafi eran
inventos de montajistas de Londres y
París.
Resultaron muertos más civiles por la
intervención occidental que por la
acción del gobierno contra los rebeldes.
Los innumerables lectores de
Komsomolskaya Pravda publicaron informes
de los rusos que viven en Libia,
desmintiendo rotundamente que los
aviones de Kaddafi bombardearan los
barrios residenciales: esto lo hicieron
los ingleses y los franceses.
Los rusos tienden al conspiracionismo,
en sus análisis políticos. Parten de la
suposición de que los levantamientos
árabes los organizaron su enemigo, algún
tipo de fuerzas "anaranjadas"
occidentales, llámense National
Endowment for Democracy, CIA, o Mossad,
con el objetivo de crear el caos, estilo
iraquí[i].
Sacan a relucir citas de las doctrinas
israelíes y americanas acerca de la
promoción del "caos constructivo". Y de
ahí deducen su apoyo a Kaddafi, hasta
sienten simpatía por Mubarak. Esto es
especialmente cierto en el caso de los
rusos patriotas que recuerdan que
Kaddafi estuvo a favor de Rusia en 2008
cuando el conflicto georgiano y en el
una comunidad empresarial que estaba
trabajando en proyectos de cooperación
con Libia que iban del gas a los
ferrocarriles.
El presidente Medvedev tiene un buen
motivo para lamentar su prisa en unirse
al griterío occidental, porque se le va
a echar la culpa de algo que los rusos
ya consideran como un Kosovo bis.
Posiblemente lo orientaron mal sus
consejeros en comunicación que le
sugirieron que debía subirse sin perder
tiempo al carro mediáticamente bien
visto de lo internacionalmente aceptable
en términos de "alto a la matanza en
Libia", y Medvedev brincó sin perder
tiempo. Los primeros informes sobre la
supuesta masacre todavía estaban
repercutiendo cuando ya el presidente
Medvedev le advertía a Kaddafi acerca de
"crímenes contra la humanidad", y más
adelante agregó que Kaddafi ya era
persona non grata en Rusia. Medvedev
apoyó la decisión de llevar el caso de
Libia al Tribunal Penal Internacional;
pero ya podía haberse enterado por los
rusos presentes en Libia de que no había
tenido lugar nada tan extraordinario en
el país, nada más que un levantamiento
en pequeña escala, que ya estaba siendo
controlado. Algo que se podía comparar
con los disturbios de Los Angeles en
1965 (muertos por centenares y miles de
heridos) o de 1992 (cincuenta muertos y
miles de heridos) con la diferencia de
que los negros de Los Ángeles no tenían
Tomahawks para apoyo aéreo.
A Medvedev también se le percibe como
el hombre que le ordenó a su embajador
en el Consejo de Seguridad abstenerse.
Rusia y China generalmente votan al
unísono si intentan oponerse a la
voluntad del sheriff mundial; lo hacen
cada vez desde el funesto voto de 2008
sobre Zimbabwe, cuando Rusia activó su
veto por primera vez desde Dios sabe
cuando, y bloqueó las sanciones
occidentales contra la nación africana[ii].
Aquella vez, según informó la BBC, el
ministro de asuntos extranjeros David
Miliband dijo que Rusia usó el veto en
contradicción con la promesa del
presidente Medvedev de apoyar la
resolución. Esta vez, por lo visto,
prevaleció su punto de vista, y aprobó
lo que se parece mucho ahora a una nueva
campaña de Suez (si mis lectores se
acuerdan todavía de 1956, cuando
ingleses y franceses trataron de liberar
a Egipto de su nilótico Hitler, Gamal
Abdel Nasser, y de paso quedarse ellos
con el canal).
Unos días después, el hombre fuerte de
Rusia, Vladimir Putin, criticó
rotundamente el paso dado por Medvedev;
llamó la intervención occidental "nueva
cruzada", y propuso a los dirigentes
occidentales que "empezaran a rezar por
su alma y pedir perdón al Señor" por la
sangre derramada. A la gente esto le
encantó. Medvedev trató de replicar con
un patético "no hablemos de cruzadas"
pero ni él mismo encontró ningún
argumento positivo para calificar la
campaña de la OTAN contra Libia.
Tradicionalmente, la reacción visceral
de los rusos es de oposición a cualquier
intervención occidental. Estuvieron
contra las intervenciones yankis en
Vietnam y en Corea, en Irak y en
Afganistán, contra las guerras
coloniales francesas e inglesas, lo
mismo que ustedes, mis lectores, la
maravillosa minoría espiritualmente
ilustrada de Occidente. Los rusos no
creen que las razones de Occidente para
intervenir tengan nada que ver con el
amor a la democracia, los derechos
humanos o el valor de la vida humana.
Para ellos, hay que llamar al pan, pan y
al vino, vino, y una intervención
occidental no es más que una
intervención occidental, una más de las
tantas que a ellos en su día les tocó
sufrir.
En cualquier caso, si Medvedev consintió
la intervención occidental no fue por
motivos puramente sentimentales de
"apoyo a Europa". La idea es que más
vale que la OTAN se entretenga en el sur
que no el frente oriental. Libia es
mucho menos importante para los rusos
que Georgia, Ucrania o incluso
Afganistán. Si la bestia tiene que
devorar a alguien, pues mejor que lo
haga por allá, en el Maghreb, donde los
rusos nunca han tenido una posición
fuerte. Un escritor de la World Politics
Review, Nilolas Gvosdev, llamó a esto
un "momento Tilsit" para la OTAN,
reconociendo la inmutabilidad de las
fronteras orientales de Occidente a
cambio de tener las manos libres en el
flanco sur. Por esto es que Polonia
estaba desconsolada con la operación
Alba de la Odisea: en vez de ponerlos a
ellos en la línea de frente de la
confrontación más importante, este giro
sureño deja a los polacos en un callejón
geopolítico sin salida.
Claro que no deberíamos permanecer
cautivos del pensamiento que sólo ve la
dinámica Este Oeste. Mientras USA va
declinando lentamente, los poderes
europeos están retomando su papel
histórico. La guerra de Libia es un
proyecto francés. La guerra libia la
desató Sarkozy como un intento de
reconstruir el imperio francés en África
del Norte cincuenta años después de que
los acuerdos de Evian sellaron
aparatosamente su destino. Esta era su
vieja idea, y llamó al establecimiento
de una Unión Mediterránea durante su
campaña electoral. El proyecto lo
apoyaban los israelíes, y ahora Bernard
Henri Levy es el más visible promotor de
la intervención. Turquía se opuso
firmemente al proyecto, y ahora los
turcos se están oponiendo a la
intervención dentro de su estilo sutil,
como lo describió correctamente Eric
Walberg[iii].
Italia apoyaba la Unión Mediterránea, y
lógicamente apoyó la intervención.
Alemania estuvo en contra de los dos
proyectos. Desde este punto de vista, la
intervención en Libia es el principio de
una nueva oleada de colonización europea
en el Maghreb.
Un observador ruso, Igor Chulienko,
subrayó un parecido funesto entre esta
operación y lo que ocurrió hace cien
años atrás en Libia durante la oleada de
colonización anterior. En aquél
entonces, la recién unificada Italia,
agresiva, buscando hacerse un imperio,
decidió apoderarse de Libia, que era
provincia otomana. Entonces, como hoy,
los diarios escribían acerca de los
pobres libios amantes de la libertad que
sufrían bajo el yugo otomano y acerca
del deber moral de los italianos, para
liberarlos. Los turcos estaban pasando
un mal rato, y trataron de buscar una
manera de rendirse salvando las
apariencias. Propusieron ceder Libia a
los italianos en lo tocante a control y
colonización, con tal de que la
soberanía siguiera en manos de la
Sublime Puerta. Los italianos se
negaron, y su Alba de la Odisea empezó.
Los turcos pelearon con valentía, entre
ellos un joven oficial valiente: era
Mustafal Kemal, apodado luego Ataturk.
Una voz solitaria contra la intervención
fue la del joven socialista italiano
Benito Mussolini. La campaña italiana de
Libia fue el primer bombardeo aéreo,
exactamente cien años atrás en 1911, y
la historia recuerda el nombre del
primer aviador bombardero, el teniente
Giulio Gavotti, primero en llevar a cabo
con éxito un bombardeo aéreo.
La Rusia moderna no es la Unión
Soviética; no tiene grandes ambiciones a
escala mundial. Le bastan sus problemas
con la parte del mundo que le toca, no
tiene ganas de verse comprometida fuera
de ahí. Para los rusos, el vuelco de
Europa hacia el sur no es ninguna
amenaza, más bien una señal de que
Francia está asumiendo nuevamente su
papel regional. Por esto es que los
rusos se abstuvieron en el voto del
Consejo de Seguridad. De ahí que le
corresponda ahora a las fuerzas
ilustradas de Occidente detener la
agresión, en vez de confiar en el veto
ruso.
Kaddafi había conseguido molestar a
mucha gente distinta en muchos lugares
distintos. Molestó tanto a los rusos
como a los franceses cerrando tratos que
no respetó. Los cables de Wikileaks se
refieren a esto en muchas oportunidades,
especialmente el cable 10PARIS151 que
dice: "los franceses se sienten cada vez
más frustrados con el incumplimiento de
los libios en cuanto a sus promesas
sobre visas, intercambios de
profesionales, educación en lengua
francesa, y acuerdos comerciales. "
"Nosotros (y los libios) hablamos mucho,
pero hemos empezado a ver que a las
palabras no les siguen los actos, en
Libia". Les dio dolores de cabeza a los
saudíes también, pero además, lo que es
más grave, a su propio pueblo.
Por supuesto estamos en contra de la
intervención; pero la opción de apoyar a
Kaddafi no es tan nítida. Muammar
Kaddafi fue y sigue siendo una figura
dual: por una parte, un líder autóctono
que le proporcionó a sus connacionales
el nivel de vida más alto de África, con
generosos subsidios, asistencia médica
gratuita y educación; y respaldó la
visión de un solo Estado en
Palestina/Israel, y que es amigo de
Castro y Chávez. Por otra parte, en los
últimos cinco años, Kaddafi y sus
secuaces se esforzaron por desmantelar
el estado de bienestar libio,
privatizando y canibalizando sus propios
sistemas de educación y salud,
amontonando riquezas, y haciendo
negocios con las multinacionales del
petróleo y el gas en beneficio de su
propio bolsillo. El "nuevo Kaddafi"
deshizo muchos de sus propios logros
sociales y no le dio a su pueblo las
libertades políticas elementales. Su
apoyo a la solución de un solo Estado en
Palestina se agotó en 2002, hace tiempo
ya.
Mis amigos en Trípoli no apoyan a
Kaddafi. Por supuesto están en contra de
la intervención occidental, pero están
disgustados con el viejo coronel por sus
costumbres dictatoriales. Son gente
adulta, quieren tener parte en los
procesos de decisión, no les gusta la
corrupción para nada, y además quieren
que se le abra un lugar mayor al Islam.
En su opinión, Kaddafi dejó la retórica
antimperialista para uso público,
mientras su praxis era occidental y
neoliberal. Está muy bien que Kaddafi
pusiera a rabiar a los saudíes reales, y
blandiera la espada contra los
dirigentes occidentales; pero al mismo
tiempo, le estaba regalando la riqueza
libia a los extranjeros. Así que, sin
dejar de protestar contra la
intervención, no deberíamos olvidar que
no todas las fuerzas opuestas a Kaddafi
son cretinos occidentalizados o
combatientes de al Qaeda.
La política no es un lecho de rosas. Con
todo el debido respeto a Muammar
Khaddafi y a sus realizaciones en el
pasado, se ha explayado más allá de lo
que le correspondía. Hay razones para
esperar que pueda sobrevivir a la
tormenta; le deseamos de todo corazón
que derrote a las fuerzas
intervencionistas. Pero esto debería ser
un punto de partida para la democracia
en Libia, no necesariamente al estilo de
las democracias europeas, pero como un
camino mejor para que los libios
participen en el modelaje de sus propias
vidas.
Traducciôn Maria Poumier
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