Chirrín chirrán, ganó Irán
Por Israel Adán Shamir, 23 de junio 2009
El drama iraní ha terminado felizmente, en la medida en que al
cabo de años de diabolización, ya los iraníes vuelven a ser vistos como seres
humanos por los occidentales. Si hasta Mac Cain lloró por la muchacha iraní a la
que mataron, el mismo candidato republicano que estaba entusiasmado con la idea
de tirar sobre Irán “bombas, bombas y más bombas” que la habrían sepultado a
ella y a millones de sus hermanas, hasta borrar a Irán del mapa. Lo subrayó
Glenn Greewald, asombrándose de la preocupación inédita por la vida de los
iraníes: “¿cuántas personas, de las que están manifestando en estos días,
habrían muerto, si cualquiera de los ‘bombardistas’ se hubiera salido con las
suyas? Felizmente, los disturbios parecen haber logrado humanizar a nuestro peor
enemigo, cualquiera que sea el enemigo de turno”. Y esto no tiene marcha atrás,
de modo que tal vez los bombardeos ya no estén a la orden del día, por mucho que
supliquen los Sres netanahu y Lieberman…
Pero todos pasamos un susto grande. Dos días después de las
elecciones, Irán parecía estar al borde del abismo, listo para el desmadre, con
enormes muchedumbres incontrolables frente una guardia revolucionaria bien
armada, con un odio implacable entre los dos bandos. Todas las realizaciones de
Irán barridas en la tormenta; una potencia regional titubeante retrocediendo
medio siglo atrás. Durante un instante, fue imposible predecir el guión.
¿Teherán seguiría el ejemplo de Kiev, capital de Ucrania, con las autoridades
cediendo a la presión inexorable procedente de los rebeldes, organizando nuevas
elecciones e instalando en el poder a un presidente prooccidental, privatizando
gas y petróleo, entregando el poder a oligarcas y transnacionales, sumándose a
la OTAN? ¿O bien, en sentido contrario, se iba a repetir lo de Tiananmen, con
tanques aplastando a testarudos estudiantes?
Pues bien, nos hemos salvado de los dos escollos extremos. Y
muchos iraníes comunes de clase media, desde jóvenes profesionales, aquellos que
algunos llaman despectivamente “la tropa de Gucci” hasta comunistas
anticlericales y también liberales, aprovecharon la ocasión para mostrar que
aspiran a un régimen menos austero. Quieren poder tomar copas en los bares,
vestir con elegancia, celebrar bodas a todo tren sin que nadie les llame la
atención. Algunos quisieran también valerse de sus privilegios para limitar el
poder del Estado y la mezquita. No quieren sentirse vigilados permanentemente
por los servicios de seguridad. Y entre los partidarios de Musawi se encuentra
también gente que defiende el combate del pueblo palestino; y no se trata de
agentes de la CIA, sino gente honesta y sincera. Muchos tienen una actividad
artística, especialmente en la rica literatura y el maravilloso cine iraní. Los
iraníes de afuera apoyaron por amplia mayoría a Musawi, y son buena gente
también.
Por lo cual le convendría al presidente reelegido con toda
legitimidad prestar atención a semejantes anhelos, al menos en parte. Claro que
hay motivos para burlarse de esos jóvenes iraníes occidentalizados que gritaban
Ahmadi bye Bye!” en su lenguaje de adolescentes, al estilo de los dibujos
animados, pero hay que recordar que nadie puede gobernar bien si le da la
espalda a estas élites en ciernes: el arte de gobernar es, antes que nada, el
arte del compromiso.
Y los partidarios de Musawi no tienen porque amargarse: eran una
muchedumbre demasiado diversa, con anticomunistas y comunistas, anticlericales y
molás y ayatolas, de modo que ninguno iba a sentirse satisfecho, aun si ganaban
las elecciones; en realidad, una victoria de Musawi no hubiera sido más que el
principio de una lucha abierta por el poder, y los partidarios más altisonantes
y visibles del cambio habrían terminado perdedores al final, como les pasó a los
disidentes soviéticos. En la confrontación rusa, semejante en muchos aspectos a
la de Irán, en agosto de 1991, la oposición había triunfado, y una amplia
mayoría de gente que defendieron las barricadas por Yeltise se arrepintió
después, pues fueron utilizados y embromados y esquilmados. Esto fue lo que le
pasó también a los disidentes iraníes, después de la caída del shah: los
comunistas del partido tudéh se encontraron fuera de la ley después del éxito de
la revolución para la cual habían laborado durante tantos años.
Si la inmensa mayoría de los iraníes votó a Ahmadineyad, es
porque se trata de un hombre modesto, entregado con toda el alma a su pueblo,
porque se preocupó por los pobres y protegió a Irán de las garras imperialistas;
su obra, en materia de programa nuclear, parece ampliamente popular, hasta tal
punto que ni siquiera el opositor vencido se atrevió a formular la más mínima
crítica contra dicho programa. Ahmadineyad gozó de un apoyo enorme en el
conjunto de su país, incluyendo el noroeste poblado de azeríes. Es igualmente
popular en el mundo entero, pues se le ve como símbolo de la rebeldía del Tercer
mundo, junto a Fidel y a Chávez. Mantiene buenas relaciones con Rusia y China
vecinas, e incluso con Irak y Afganistán bajo ocupación yanki. La visita
relámpago que efectuó Ahmadineyad a Ekaterinburgo, para asistir a la conferencia
de la organización de cooperación de Shanghai, en plena insurrección, demostró
que tiene la estatura de un verdadero hombre de Estado. En su discurso dinámico,
muy bien recibido, no hizo la menor alusión a la crisis en su tierra persa, y
recibió las felicitaciones de sus pares, el presidente ruso Medvedev y el
presidente chino Hu Jintao, por sur victoria electoral. Su posición antisionista
inquebrantable lo hace muy querido entre los vecinos árabes de Irán, a pesar del
disgusto de los gobernantes árabes. Sus armas son las que salvaron al Líbano, en
2006, pues sin ellas, Israel se habría tragado el país. A veces se le va la mano
a Ahmadineyad, posiblemente, pero a ver ¿y si no lo hiciera, cómo podría él
saber hasta dónde puede pasarse?
Las acusaciones de fraude electoral carecen del menor
fundamento, como lo demostró nuestro amigo James Petras, mientras Thierry
Meyssan explicó muy bien cuál fue la técnica utilizada para convencer a los
iraníes de que les habían falsificado los resultados. Pero más allá del cuento
chino del supuesto fraude, se escuchó una queja auténtica; y es que muchas veces
las elites no están conformes con la democracia, es decir con las decisiones
adoptadas por tal o cual mayoría. La gente rica, culta y poderosa, tiene el
sentimiento de que no puede ser que su voz tenga exactamente el mismo peso que
la de un simple obrero o de un campesino cualquiera. En el fondo, abogan por “el
gobierno de una élite, y de un voto proporcional al lugar que ocupe cada
individuo según la jerarquía de dicha élite” como le gusta repetir al personaje
de Henderson (compinche de James Bond, es un detective australiano y borracho
consuetudinario) creado por Ian Fleming, en la novela Sólo se vive dos veces.
Lo habitual es que las elites se las arreglen para encauzar la
democracia, de modo que la gente común termina votando por un representante de
dichas élites. Así son las cosas, desde la India hasta USA… Sin embargo, hay
momentos críticos en que el sistema deja de funcionar. En tales casos, las
elites tienden a descartar el voto de la mayoría y tienden a actuar
frontalmente. Fue el caso en Rusia en 1993, cuando las nuevas elites
prooccidentales se encontraron en desacuerdo con la mayoría representada por el
parlamento, y mandaron tanques a bombardear dicho parlamento… sobre las ruinas,
estas elites prooccidentales instalaron el nuevo sistema de gobierno directo.
Fue el caso también en Belgrado, donde los serbios tuvieron que votar, re-votar
y volver a votar hasta re-volver a re-votar, para que al fin el candidato de las
elites resultara confirmado en el puesto. De manera semejante, a nivel
sicológico, los partidarios de Musawi tuvieron el sentimiento de que se les
estaba negando el poder que se merecían, por naturaleza. Pero las elecciones en
Irán son cosa frecuente, así que pueden bajar un poco el nivel de sus
ambiciones, demostrar alguna consideración por la voluntad de los ciudadanos de
a pie, y esperar la próxima contienda electoral.
Además de los participantes directos y los candidatos, el drama
iraní tuvo dos protagonistas importantes, cuyas acciones positivas ayudaron a
ahorrarle al país el baño de sangre y el derrumbe. Uno de ellos es el guía
espiritual Ali Khamenei, un sabio, diplomado de la universidad de Moscú. Supo
mantener un control total sobre los acontecimientos. Un hombre así hubiera hecho
falta en Kiev y en Pekín, pero no apareció ninguno. Su sermón del viernes calmó
las pasiones. Estableció la clara distinción entre hooligans y agentes de la
CIA, por un lado, y partidarios sinceros del programa de Musawi, por otra parte.
Así, después de deslindar gatos y liebres, pudo restaurarse la paz civil sin
demora. Khameini les perdonó a los partidarios de Musawi, a los que recibió con
los brazos abiertos. De hecho, fue el final de las grandes manifestaciones, pues
sólo grupos pequeños de activistas evangelistas desafiaron sus órdenes, y fueron
dispersados mediante el uso de fuerzas no letales.
El segundo protagonista se encontraba en el lugar menos
esperado, es decir… en Washington. El presidente Obama, pues de él se trata, es
un auténtico héroe, en esta dramaturgia. Se negó a fomentar la escalada en los
disturbios callejeros, a pesar de los reclamos de los neoconservadores. Nunca
llamó a los iraníes a sublevarse, armados, contra el régimen aborrecido; nunca
puso en duda la legitimidad de las elecciones, nunca amenazó con borrar a
Teherán del mapa. Tratándose de un presidente elegido recientemente, que está
entre la espada y la pared, entre la vieja guardia de Hillary Clinton - Joe
Biden por un lado y la joven guardia de Emmanuel Rahm y Axelrod, luchando con
una recesión severa, con las arcas de su presupuesto electoral atiborradas de
donaciones judías, la resistencia de Obama ha sido un acto de heroísmo
descomunal, al estilo Iwo Jima.
Es fácil imaginar lo que habrían dicho Ronald Reagan o George
Bush padre e hijo, en su lugar ; algo así como « todos somos iraníes », y eso,
en el mejor de los casos…

(Conclusión de la batalla
apocalíptica de Iwo Jima, en un paisaje de ruinas desoladoras)
La « revolución verde » pinchada la había preparado la CIA
infiltrada por los sionistas, en tiempos de Bush. Paul Craig Roberts citó al
neoconservador Kenneth Timmerman, quien escribiera, en vísperas de las
elecciones, que una “revolución verde” estaba anunciada en Teherán: “El National
Endowment for Democracy (Ned, uno de los disfraces de la CIA) gastó millones de
dólares en la promoción de revoluciones “coloridas”… Parte de este dinero parece
haber terminado entre las manos de grupos pro-Musawi”. Pero el presidente Obama
era un actor más que reacio, en ese cuento. Sólo después de que lo impulsó Biden
expresó un deseo modestísimo de no presenciar nada feo en Teherán. Así, en mi
opinión, el presidente Obama se zafó honrosamente de su promesa anunciada en El
Cairo, la de reconocer los resultados de las elecciones y evitar inmiscuirse en
los asuntos interiores de los países del Medio Oriente… Es cierto que no pudo
parar la CIA. Pero esto posiblemente estaba fuera de su alcance.
Si alguien quisiera montar una obra de teatro con lo sucedido,
el prólogo debería situarse en la Casa Blanca, con la llegada del primer
ministro israelí Netanyahu. El papel lo podría interpretar una vieja gorda, de
esas que están acostumbradas a que todos cumplan con sus caprichos.
-
¡Yo quiero un nuevo abrigo de piel!
Gritaría la dama, y El africano le preguntaría sin miramientos si con dos
patadas en el trasero estaría conforme.
En realidad, Netanyahu le dio una vuelta a su pedido muy al
estilo de Salomé [la que le pidió al rey Herodes la cabeza de Juan el Bautista],
y exigió una buena cosecha de cabezas persas cortadas. Y pretextó la excusa
bíblica adecuada: es que los persas son los antiguos amalecitas, el Amalek
revivido, la tribu enemiga por antonomasia: por esto hay que exterminarlos a
todos, gatos callejeros incluidos.
Lo habitual, cuando los presidentes yankis tienen encuentros con
los primeros ministros israelíes, es que empiecen a regatear, como Abraham en
sus discusiones con el Dios del Antiguo Testamento: ¡Ay no, hasta el último gato
persa no, por favor, hay que salvar a alguno, al menos! Pero Barack Obama se
negó a entrar en el jueguito, y exigió a los israelíes que detengan la expansión
de las colonias judías.
- Primero hay que elegir ya entre los distintos métodos para
bombardear Irán, objetó Netanyahu…. Pero el Negro Mayor no tranzó, ni entró en
componendas, ni prestó atención al sucio mercadeo del judío: insistió, exigió el
desmantelamiento de algunas colonias, y eso fue lo que anotó en la orden del
día. Entonces, para volver a poner a Irán en el centro del tapete, y para
desviar la atención de las colonias, ocurrió lo que vimos: los manipuladores
sionistas impulsaron los disturbios callejeros en Irán…
Los acontecimientos de Irán son parte y lastre de la lucha
emprendida por el alma de América, encarnada por su presidente Obama, para
retrotraer la influencia judía excesiva a su justa medida. A pesar del poco
tiempo que lleva dirigiendo el timón de la nave América, Obama ha dado algunos
pasos realmente valientes:
-
Pronunció el discurso del Cairo,
tendiendo un ramo de olivo al mundo musulmán
-
Exigió de Israel que desmantele las
colonias y levante el bloqueo sobre Gaza
-
Se negó a apoyar el proyecto de
bombardear y/o sabotear a Irán
-
Cuarenta y dos años después de los
hechos, su administración le ha otorgado la Medalla de la Estrella Plateada a un
sobreviviente del USS Liberty. Este navío de guerra americano había sido atacado
por aviones y torpedos israelíes, y se le había ocultado a los ciudadanos
USianos esta cobarde agresión hasta hoy, con la complicidad de todos los
presidentes sucesivos de USA, hasta Obama.
-
Inspirada por la victoria de Obama, la
universidad de California con sede en Santa Bárbara bloqueó la tentativa del
lobby judío de desacreditar y echar al profesor Robinson. Lo que ocurre era algo
totalmente inédito en América, es un acontecimiento comparable a los primeros
fracasos del senador Mac Carthy y su HUAC (House Committee on Un-American
Activities, comité para la represión de las actividades “anti-americanas” de la
población), en el momento en que dicha maquinaria para triturar al ser humano se
descompuso de repente.
Era imposible imaginar que el Lobby aceptara su derrota con
estoicismo. Contraatacaron a Obama por todos los medios posibles: entre otros,
con esos blogs de imbéciles que listan todo lo que no ha hecho todavía, en vez
de celebrar lo que ya ha logrado.
Ya se ha ganado los enemigos suficientes a su derecha, la izquierda puede
ablandarse, hasta que estemos a salvo.
Ahora les toca a los iraníes una tarea muy importante: tienen
que remendar las roturas y desgarraduras causadas por la campaña de código
colorido inspirada por sionistas y CIA. Deben recordar que unas técnicas
ultrasofisticadas de sicoingeniería social permiten a un puñado de malhechores
utilizar redes de socialización tales como Twitter para apoderarse del control
sobre sociedades enteras y destruirlas. Los ciudadanos iraníes comunes que se
dejaron entrampar por esta forma de control mental en realidad son tan inocentes
como si se les hubiese envenenado. El tiempo para tirar piedras ya ha quedado
atrás: ha llegado el momento de juntarlas.
Traducción: Maria Poumier