El
otoño árabe
Por Israel Shamir
En Oriente Medio, el
otoño no tiene la connotación
melancólica que le prestáis más al
norte. Para vosotros es una estación
mortecina: las hojas de los arces se
tornan púrpura; los gansos vuelan hacia
el sur. Para nosotros es el momento
gozoso de despertarse tras el soporífero
calor estival: la hierba vuelve a brotar
sobre la tierra reseca; las higueras y
los granados tienden sus ramas cargadas
de fruto.
La primavera árabe
-nombre que recibió la oleada de
espectaculares sublevaciones en febrero-
dio paso al verano árabe, esa estación
calcinada, inhumana, en que buscas en
vano la sombra, o un sorbo fresco, bajo
el despiadado sol abrasador. En Egipto,
la junta militar continuaba las
políticas de Mubarak; en Libia,
pandilleros en armas merodeaban por el
desierto bajo el carísimo parasol de la
aviación de la OTAN; en Siria se
desarrollaban las fabulosas aventuras de
la blogera lesbiana de Damasco, con idea
original y guión de un ex-agente de
inteligencia usano de mediana edad
retirado en Escocia. Palestina cayó en
el olvido, y un observador neocon
nos
informaba alegre y apresuradamente
de cómo la primavera árabe había
"condenado la cuestión palestina a la
irrelevancia".
Pero llegó el otoño,
y el vaho del verano se disipó. Los
primeros frutos sembrados en la
primavera empezaban a brotar con fuerza.
La embajada fortaleza-sobre-el-Nilo
israelí fue asaltada, Turquía recordó la
ofensa del año anterior y los saudíes
plantaron cara a los Usa por primera vez
que se recuerde. Palestina vuelve a
estar en el candelero, y la solicitud
por Mahmud Abbas a la ONU de reconocer
el Estado Palestino es la pieza central
del nuevo mosaico. Ahora podemos
reevaluar las pruebas y empezar a
entender por fin lo que está pasando en
Oriente Medio. ¿Se trata de un genuino
impulso liberalizador y democrático? ¿De
un plan cuidadosamente orquestado?
¿Adónde nos lleva todo esto? Se diría
que nuestra región está siendo
reformateada, exactamente igual que el
disco duro de un ordenador, y que, al
término de este proceso acelerado,
volverá a emerger -como explicaremos más
adelante- un Califato largo tiempo
olvidado.
Por qué los
palestinos están pidiendo el
reconocimiento de la ONU
Los palestinos están
cansados de negociaciones interminables.
Les prometieron una independencia rápida
en el lejano 1993, el año en que Mandela
recibió el Premio Nobel de la Paz y
Parque Jurásico fue un éxito de
taquilla. Se suponía que el Acuerdo de
Oslo entre Yasser Arafat e Yitzhak Rabin
resolvería enseguida todos los problemas
tras un corto interludio de autonomía.
No funcionó: Arafat fue envenenado, a
Rabin le pegaron un tiro, los sucesivos
gobiernos israelíes fueron haciendo
tiempo y, de vez en cuando, masacrando a
los impacientes palestinos. Las
negociaciones, pese a todo, todavía
duraban... y duraban, y duraban...
Hace ya mucho tiempo
que el pueblo palestino se cansó y
perdió la fe en las negociaciones: en
las primeras elecciones libres
celebradas en 2006 votaron contra Fatah,
el partido de las negociaciones. Ahora,
cinco años después, Mahmud Abbas y su
partido Fatah se han cansado también de
perder el tiempo; la posibilidad de
acabar perdiéndolo todo les da miedo.
Abbas está quedando muy mal: sus
adversarios lo consideran un títere de
Israel, sostenido por las bayonetas
israelíes. Dicen que carece de mandato
de gobierno. A él le preocupa que el
próximo embate de la Intifada lo barra
como a otro Mubarak, y que los israelíes
no lo impidan (y no lo harán). Su única
alternativa es convertirse en
irrelevante para el nuevo gran
reformateo de la región. Esta es la
razón de que haya hecho las paces con
Hamas y solicitado el reconocimiento de
la ONU, al tiempo que -por si acaso-
encarga material antidisturbios.
Los de Fatah
necesitan resultados, a menos que tengan
pensado jubilarse, cultivar un campito y
vender aceite de oliva. Pero el tiempo
-y el reformateo- han puesto a Abbas en
una posición precaria. Fatah se inscribe
en el movimiento nacionalista árabe,
vagamente socialista, del partido Baaz y
de Nasser; ese movimiento se está
muriendo. En Irak lo destruyó la
invasión usana; en Egipto lo echaron a
perder las políticas de Mubarak; en
Libia, las bombas de la OTAN no han
dejado ni rastro; en Siria está siendo
profundamente socavado. Estos
socialistas árabes han llegado a
demasiados compromisos con los
neoliberales, alentado a sus nuevos
multimillonarios, aceptado demasiados
sobornos; han perdido en gran medida el
apoyo popular. Como la sal que ha
perdido su sabor, ellos han perdido su
sentido. Están siguiendo el destino de
los sindicatos usanos, del PRI mexicano
y de los socialdemócratas europeos, al
tiempo que su inherente inflexibilidad
post-revolucionaria no les permite
cambiar.
Mahmud Abbas sabe
mejor que nadie que la resolución de la
ONU no le proporcionará un Estado
viable, pero al menos aumentará su
capacidad de poner nerviosos a los
israelíes. Él es muy pro-usano, sus
fuerzas de seguridad están entrenadas
por los usanos, y él tenía esperanzas de
que su petición fuera atendida. Era una
expectativa razonable tras el discurso
de Obama en El Cairo, y de hecho a Obama
le hubiera gustado seguirle el juego.
Sin embargo, los judíos usanos son
demasiado poderosos, demasiado
orgullosamente nacionalistas para
dejarle ese margen de acción. Prefieren
a Netanyahu con su obtusa
intransigencia. La clase política usana
así lo tiene asumido, y recibieron a
Netanyahu con ovaciones de las que el
camarada Stalin o el coronel Gadafi
hubieran estado orgullosos. La
inesperada pérdida del escaño de Weiner
en el Congreso, y el temor a que los
judíos obstruyeran la reelección del
presidente, han compelido a la
administración Obama a prometer un veto
en el Consejo de Seguridad de la ONU.
No es una sabia
decisión, por más que haya sido forzada,
pues el proceso
Unión pro paz permite invalidar el
veto usano, y parece que esta "arma
definitiva" de la política internacional
estaría próxima a ser empleada por
primera vez desde la guerra de Corea en
1950, esta vez contra los Usa. En cierto
modo, al demostrar así su
avasallamiento, los Usa se han
descalificado a sí mismos para regir
Oriente Medio.
¿Quién regirá
Oriente Medio?
Nadie que no disfrute
del apoyo popular puede regir (y menos
reformatear) la región tras la derrota
del nacionalismo árabe. A la gente tiene
que gustarle su orientación política. Y
no hay mejor banderín de enganche en
Oriente Medio, desde Atenas hasta El
Cairo, que plantarle cara al invasor
judío. La razón no es algún tipo de
prejuicio o un mítico antisemitismo,
sino el amor imperecedero por la Tierra
Santa y por sus habitantes nativos, tan
terriblemente maltratados por los
sionistas. Proverbios 30, 22 explica que
"[la tierra se alborota] por el siervo
cuando llega a ser rey"; un escritor
israelí arguye que esto se aplica a los
judíos en su país. Acostumbrados a
servir a otros reyes, nunca
desarrollaron suficientemente la
caridad, la compasión, la moderación;
maltrataron a los nativos cruel e
injustamente y, en consecuencia, sólo
lograron unir todo Oriente Medio en
rechazo a su empresa.
La prueba de fuego
para los gobiernos en Oriente Medio es
su actitud hacia la Tierra Santa.
Nuestra gente está más interesada por la
suerte de ésta que por la democracia o
el liberalismo inaprensibles, más que
por Facebook o Twitter. En febrero
escribimos que este era el fin del orden
israelo-usano establecido por los
acuerdos de Camp David. Ahora empezamos
a ver el nuevo orden que llega.
Quien quiera regir la
región tiene que ocuparse de Palestina.
Es más, demostrar que uno se preocupa es
el prerrequisito para aspirar a ese
liderazgo. Así lo ha hecho Turquía. Tras
mucho esperar, el gobierno de Erdogan ha
tomado algunas medidas inesperadas:
envió de vuelta a casa al embajador
israelí, cesó toda cooperación militar y
toda adquisición de armamento, Erdogan
prometió acudir personalmente a Gaza con
la protección de los navíos de su
armada. El resultado fue impresionante:
durante su viaje a El Cairo, el sucesor
del Sultán fue llamado "el nuevo
Saladino", por el vencedor de los
cruzados en la batalla de
Hattin junto al Mar de Galilea en
1187. El pueblo lo aclamó como liberador
y salvador. Si tal fue la recompensa por
sus palabras, ¿cual no será por sus
acciones?
Egipto está a punto
para una nueva revolución: los egipcios
derribaron el muro que rodeaba la
embajada israelí y asaltaron el
edificio. Expresaban su disgusto con la
junta militar en el poder por su
inacción y por su continuación de un
"mubarakismo sin Mubarak". De hecho los
egipcios tienen bien poco que mostrar
tras su alzamiento de febrero y su
miríada de mártires. El general Tantawi
había sido designado sucesor por el
propio Mubarak hace años. No ha habido
cambio de régimen político, las
elecciones están siendo pospuestas, el
bloqueo de Gaza continúa, y ni siquiera
la muerte de soldados egipcios a manos
israelíes alteró la normalidad.
Turquía tiene
legitimidad para asegurar el nuevo orden
-- llamémoslo Califato, pues Califato se
llamó también al Imperio Otomano, el
equivalente de la CE o del
TLCAN. Estambul (Constantinopla) fue
la sede del Califato hasta la Primera
Guerra Mundial, y la capital natural de
Oriente Medio desde el siglo IV. El fin
del kemalismo ultrasecular y el auge del
AKP islámico han abierto la puerta a la
aspiración de Turquía a resucitar el
Califato. Turquía es el líder nato; si
Siria llegase a estallar, Turquía podría
reintegrarla en el seno del Califato.
Segunda fuerza
Pero los turcos no
son los únicos aspirantes. Una nueva
fuerza ha surgido entretanto en Oriente
Medio. La dirigen los saudíes y sus
aliados más próximos, incluido Katar.
Tienen mucho dinero y un instrumento
mediático sumamente poderoso, al
Jazeera. Son musulmanes devotos,
rigurosamente antisocialistas, y planean
reformatear la región a su propio gusto.
Son los principales beneficiarios del
ataque de la OTAN a Libia, y han
invertido cuantiosos recursos en la
desestabilización de Siria. Hasta ahora
habían permanecido en segundo plano, sin
mostrar sus cartas. Es la cuestión
palestina la que los ha sacado a plena
luz.
El príncipe Turki al
Faisal
escribió en el New York Times:
Arabia Saudí romperá con los Usa si
estos vetan la petición palestina. Esto
no obedece sólo a la simpatía por el
pueblo de Palestina, es también una puja
por la supremacía regional. Los saudíes
contienden nada menos que por la corona
del Califato: la quieren para ellos. A
tal fin, gastan montones de dinero desde
hace años; han destruido a Gadafi y
están socavando a Assad. Su relación con
el AKP turco funciona bien; Erdogan y
Gul conocen a los saudíes, han estado en
el reino del desierto, y se han
beneficiado de su sostén. Pero si los
saudíes quieren tomar el mando, tendrán
que esforzarse mucho más en la cuestión
palestina.
Es probable que
Turquía sea el aspirante con más
posibilidades. Se trata de un país
grande, próspero y moderno; su Islam
ortodoxo tiene un fuerte componente de
sufismo (basta recordar a Rumi, el mayor
poeta sufí y un santo muy venerado por
los turcos). Los saudíes tienen menos
probabilidades con su versión
protestante-puritana del Islam (salafista
o wahhabista). Históricamente, las
ciudades santas de La Meca y Medina no
pudieron conservar la sede del Califato;
es probable que esta vez vuelvan a
fracasar, a no ser que acepten moderar
sus ambiciones y desempeñar un papel
secundario junto a Turquía.
La petición a la
ONU
Los Usa se enfrentan
a decisiones difíciles. Vetar la
petición palestina puede ser un gesto
fútil, pero una vívida demostración de
su parcialidad. Los europeos no los
apoyarán: si bombardearon Libia no fue
para dejarles la ganancia a los
sionistas. La administración usana no
puede escapar del abrazo judío.
Israel podría
recuperar el buen sentido y tomarse con
más calma el voto en la ONU, como
sugiere Tsipi Livni, la dirigente de
Kadima. Aunque la resolución palestina
saliera triunfante, Israel sigue
teniendo el mayor ejército de la región
y cuenta con el respaldo incondicional
de los Usa. Los israelíes pueden ignorar
la resolución exactamente igual que han
ignorado cientos de resoluciones de la
asamblea general, repitiendo la máxima
de Ben Gurión: "¿Qué más da lo que digan
los gentiles? Lo que cuenta es lo que
hacen los judíos". El filósofo
árabe-americano Joseph Massad
ha escrito que Israel ganará de
todas las maneras: si los palestinos
ganan su apuesta conseguirán un exiguo
bantustán; si la pierden, perderán el
impulso que han adquirido.
Ali Abunimah
ha enumerado diversas razones contra la
declaración. Ciertamente, lo que
queremos no es la independencia de la
Autoridad Nacional Palestina. Ésta no
resolvería el problema de los
refugiados, la separación entre
Cisjordania y Gaza, la discriminación al
interior de Israel. Pero no hay que
preocuparse: el intento de Mahmud Abbas
no creará una Palestina independiente.
Lo que sí hará es cambiar el tren
palestino de carril, borrar las
insidiosas sonrisitas de Netanyahu y
Lieberman, debilitar el dominio usano
sobre la región. Lo más importante es
que propiciará una nueva dinámica,
extremadamente negativa para Israel,
aunque no sea la paja que quiebre la
proverbial espalda del camello. En
cualquier caso, los palestinos no pueden
resolver el problema ellos solos: la
eliminación del régimen de apartheid en
Israel/Palestina será efectuada
finalmente por el próximo Califato, y
será un logro que realzará su
legitimidad y su popularidad.
|